Julio César llegó a los 42 años al cargo de cónsul de la República romana, a la que transformó en Imperio, pero nunca fue emperador. Pienso que en realidad su gran papel en la historia lo alcanzó por dos hechos. El primero, la guerra de las Galias, pero no por lo que dicen los tratados de historia sobre las mismas, sino por cómo le amargaron la vida Astérix, Obélix y el druida Panorámix. La segunda, y no menos importante, por su frase: “la mujer del César no sólo tiene que ser honrada, sino que tiene que parecerlo”, pronunciada ante una posible infidelidad de su mujer, Pompeya, y postulando así que se debe mantener la compostura respecto del cargo y la responsabilidad que se ostenta. Reconozco que es una frase que me gusta pues da idea de la llamada “servidumbre del poder”, es decir, todo cargo implica unas obligaciones y unas servidumbres, además de las estrictamente formales. Evidentemente, no son unas normas o reglas escritas. Son unas normas de sentido común que ayudan a desempeñar el cargo en beneficio del mismo, sin dar lugar a problemas añadidos a su propio desempeño, ni al propio cargo, ya que el cargo está por encima de la persona.

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