Metafóricamente hablando

Juntos y revueltos

En aquel terruño la vida se había convertido en una pura lucha por la supervivencia, la tierra no daba más que para ir tirando

El vuelo procedente de Barcelona acababa de aterrizar, justo cuando Paco entraba en el edificio del aeropuerto. Se dirigió a la puerta de salida con el corazón en un puño, hacía casi un año que no los veía. Sabía que tardarían unos minutos más en recoger las maletas, pero él estaba ya situado en primera fila, para verlos aparecer antes que nadie. Recordó cuando él hacía ese trayecto, viajando toda la noche en un incómodo autobús. No tenía más de veinte años cuando salió del pueblo en busca de mejor futuro. Soñaba con trabajar, tener una casa, casarse con su novia, tener hijos y vivir con desahogo, algo que allí le estaba vedado. En aquel terruño la vida se había convertido en una pura lucha por la supervivencia, la tierra no daba más que para ir tirando, y los jóvenes emigraron en su mayoría. De la mano de un amigo partió para Cataluña, allí había oportunidades y él le acogió en su casa hasta encontrarle un trabajo. Vivió con estrechez, hasta que pudo ahorrar, casarse y llevarse consigo a María, que impaciente, lo espera en el pueblo. Allí los dos trabajaron duro, las fábricas no paraban y se trabajaba en turnos las 24 horas del día. Compraron un piso modesto pero digno, y allí nacieron sus dos hijos: la Nuria y el Paco. A la niña le pusieron un nombre muy común en aquella tierra de acogida, al niño fue en homenaje a su padre y abuelo paternos, nada fuera de lo común por aquellos entonces. Si en algo estaban de acuerdo su mujer y él, era en que sus hijos no trabajarían como ellos, su esfuerzo tendría que verse recompensado en una formación que les permitiera vivir mejor. El Paquito hizo F.P., y se colocó en un puesto de dirección en la misma empresa en que trabajó su padre. La Nuri, por su parte, fue a la Universidad, se licenció en económicas, sacó unas oposiciones como profesora, y se casó con un catalán de pura cepa. La vida de sus hijos en nada se pareció a la suya, era lo que más les llenaba de orgullo, ahora que él y su mujer habían regresado a su pueblo a pasar su vejez. En menos de un segundo escuchó una voz conocida: El yayo! Está aquí el yayo!, gritaba a su padre su nieto Paquito al verlo. Se abrazaron con fuerza, y antes de que se dieran cuenta estaban ya en la gran cocina de la casa familiar, dispuestos a dar cuenta de un opíparo almuerzo preparado por la yaya María. Abuela, pan tumaca, que rico!, gritó cuando vio sobre la mesa una fuente de porcelana blanca con ribete azul, llena de trozos de jamón como la palma de la mano, junto a una hogaza de pan de leña, ajos y aceite. Calla niño, y come!, le dijo ella, esto es pan con jamón del bueno. La comida transcurrió conversando entre el catalán y el andaluz cerrado, como siempre en esta familia. Paquito, no dejaba de alborotar corriendo de un lado a otro con sus primos, a los que había rencontrado después un año separados, su padre le hizo la broma habitual: estate quieto de una vez, catalán futut!.

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