Muerte anónima

Los olvidados a causa de la indiferencia son moribundos desgraciados, hasta que los aniquila una muerte anónima

Las muertes tienen distintos rangos y duelos, pero no pocas se despachan con indiferencia cuando el finado malvive en el abandono. En la madrugada del pasado lunes falleció, en una plaza de la capital almeriense, un hombre cerca de cumplir los cincuenta años, como consecuencia, según revela la autopsia, de una hipotermia por las bajas temperaturas con que se anunció el borrascoso temporal llamado, sin acierto alguno, Gloria.

Morir aterido, sin techo, metida la madrugada en inclemencias extremas, no es, en modo alguno, una forma de buena muerte -así se dice cuando llega o se espera sin quebrantos-. Y la agonía del hombre, con los estertores de la muerte y los temblores de la tiritera, debió ser aniquiladora. Como todas las muertes tienen nombre e historia -aunque se desconozcan-, la de esta víctima de tantos penosos fríos reunidos habrá estado jalonada de desengaños hondos y oscuras desilusiones. O de esos imprevistos desarreglos del curso de los días, a veces explicados como desgracias de la mala suerte para atenuar los efectos del sino. De modo que se tuerce la razón, se perturba el entendimiento y, aunque resulte contradictorio, se busca el refugio del abandono. Cuántas veces, acurrucado entre soportales, no conciliaría el sueño por las punzantes heridas del recuerdo, más o menos ordenada la vida con lo que le daba sentido o expectativa, antes de que se truncaran las valiosas rutinas de la normalidad. En cuántas ocasiones, cerca ya de su medio siglo de vida rota, contemplaría, entre los cartones de su inhóspito acomodo, la felicidad ajena de quienes pasaban cerca, prendida en el gesto de las sonrisas o cómplice de las manos y los abrazos. Hasta que, ante tan turbador ejercicio, la demencia acabara por asistirle al destrozar la trama de los recuerdos y las razones de la sinrazón.

Aunque un hermano del hombre que falleció en la plaza llamó a los servicios de urgencia, muchos de estos muertos anónimos no tienen quien llore por ellos y reclame sus restos para, al menos, mostrar el respeto que siempre merecen la muerte y el cuerpo presente de los difuntos. Y, por eso, ya murieron antes de morir. Si se tiene que, en muchos casos, el olvido es una segunda muerte, tras el protocolario duelo cuando esta acontece, los olvidados a causa la indiferencia son moribundos desgraciados. Como este hombre al que una borrasca gélida quitó del mundo con una muerte anónima.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios