Pintar al aire libre

Su aportación clausura una forma de entender la pintura en la Edad Moderna europea

Desde el Renacimiento y hasta mediados del siglo XIX los pintores inventaban los paisajes en sus talleres. Por lo general eran fondos para composiciones con figuras. El artista salía al campo, contemplaba las vistas y tomaba algún apunte. Las figuras humanas de los cuadros se pintaban con modelos del natural en el taller, con la luz de ese interior, y después se colocaban en el cuadro de memoria, como un telón, los paisajes recreados o estereotipados en los fondos. Figuras y paisaje quedaban representados con luces diferentes, generando así composiciones irreales. A lo largo de la segunda mitad del XIX, con la comercialización de los tubos de óleo, el paisaje empezó a emanciparse. Los pintores empezaron a sacar los caballetes al aire libre y a captar la luz directamente, por lo general siempre en pequeños soportes. En Francia, los impresionistas aportaron una nueva lectura del color para representar más convincentemente las vibraciones de la luz solar sobre cielos, campos y árboles, con resultados ciertamente desiguales y poco ambiciosos. A finales de siglo, la pintura plen air, con una factura abocetada y vibrante, estaba ya generalizada en toda Europa. En España, la escuela valenciana fue la más sobresaliente. Con la expansión del Naturalismo, que releía a Velázquez en clave moderna, el paisaje del natural conoció un esplendor inusitado. En este contexto, fue Sorolla el autor más relevante de la pintura occidental. El gran maestro valenciano creó un lenguaje y modo de trabajo al aire libre que integró -con eficacia nunca antes lograda- la gran tradición figurativa colorista europea -que arranca en el Renacimiento veneciano- con el naturalismo velazqueño y el uso libre del color impresionista. A diferencia de sus predecesores, Sorolla fue capaz de pintar grandes composiciones con multitud de figuras al aire libre, perfectamente integradas en los paisajes. Fue el primero en resolver una complicada logística para pintar bajo el sol lienzos enormes, haciendo un esfuerzo hercúleo, en agotadoras sesiones con los modelos para captar el movimiento de la luz y la naturaleza. Su obra colosal es una síntesis admirable de muchos elementos de la gran tradición pictórica occidental, cohesionados por un lenguaje expresivo propio, de una verdad y autenticidad enormes, donde la exaltación poética de la luz y el color se logra con gran dominio del dibujo y una técnica prodigiosa y enormemente libre, que trata la materia pictórica con un informalismo brutal y desinhibido. En cierta forma, su aportación clausura una forma de entender la pintura en la Edad Moderna europea. Sorolla lleva la gran tradición a unos límites paroxísticos sobre los que no hay nada más que añadir. Se entiende así el feroz antisorollismo que nació con la eclosión de las mal llamadas primeras vanguardias históricas.

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