Quejas de bandoneón

Los quejicas nos rodean, aguardando cualquier oportunidad para hacernos sentir mal

Shhh, tened cuidado, ¡están por todas partes! Y qué guerra dan, oiga. Los (y las) quejicas nos rodean, aguardando cualquier oportunidad para transmitirnos su constante insatisfacción. Los tenemos en el trabajo, en la cola del autobús, en el vecindario y, lamentablemente, también en nuestras familias.

Los hay, esencialmente, de tres tipos. Los primeros corresponden al quejica existencial. Estos siempre acarrean con una amargura propia que proyectan a la menor ocasión. Watzlawick los retrataba con este ejemplo: "una señora regaló a su hijo dos camisas, este corrió ilusionado a probarse la primera. Al verlo la señora exclamó: oh, te has puesto la verde, eso es que la roja te parece horrible, qué mala idea he tenido al hacerte este regalo". Son, como veis, especialistas en atraparte y hacerte sentir mal, hagas lo que hagas En segundo lugar están los llamados quejicas furibundos. Estos mantienen un nivel de descontento contenido pero constante. Los reconoces porque cuando hablas con ellos te percibes cuidadoso de no mencionar nada que pueda malinterpretarse y desencadenar un acceso de furia. Pero es en los peores momentos cuando desatan su ciclón de lamentaciones. Serían aquellos que, en una isla desierta, después de haber naufragado, gritarán la maltrecha balsa que has construido, la tormenta que se avecina y anunciará el tiburón que, aún sin verlo, está seguro os despedazará de un momento a otro.

Finalmente están los quejicas sindicales, que no sindicalistas (aunque en ocasiones sí son los mismos). Estos se conducen hiperventilados de derechos y anóxicos de obligaciones. Tergiversan toda intención con argumentos contradictorios y torticeros hasta convencerse de que son los auténticos iluminados. Intoxican y dividen. Parasitan un sistema que boicotean y critican duramente a la par que se benefician de todas sus bondades. Y un rasgo común es que jamás muestran agradecimiento público ni reconocen méritos ajenos en contraposición a la facilidad con la que airean su disconformidad perpetua.

Tanto si estas líneas han evocado a alguien de tu entorno como si tú mismo te has visto reflejado en esta tríada sólo añadiré una cosa: aléjate. Huye de esos maestros de la amargura o aléjate del mundo si tú mismo te has especializado en el arte de cansar a tus semejantes. Hugo Ojetti, escritor italiano, no pudo ser más certero en su pronóstico: La queja es el pasatiempo de los incapaces.

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