Utopías posibles

Una columna que no gustará a nadie

Uno tiene derecho a tirar su propio dinero por el retrete, si quiere. Nadaen contra de que lo haga

La defensa de la escuela pública debería ser clara y unánime. Es la única manera que tenemos de que toda la población pueda ser libre, alcance saberes que le permitan llegar donde cada cual quiera llegar, se garantice la igualdad de oportunidades y se difundan los valores que nos hemos dado a nosotros mismos, como sociedad democrática. Ahora es cuando se escucha el cuchicheo de algunos: «ya está el rojerío otra vez, con lo mismo»… Hace años escuché a Esperanza Aguirre decir que la escuela pública debería ser para aquellas personas que no pudieran pagar un colegio privado. Desde luego, no es ese el modelo de sociedad que quiero para mis hijas. Es mentira que lo privado sea siempre más rentable que lo público. Un buen amigo me decía hace tiempo que deberían desaparecer también los centros privados. «Igual que no existen jueces privados, ni ejércitos privados, ¿por qué tiene que existir educación privada?», argumentaba.

Por otra parte, desde la izquierda cala a veces la idea de que «el profesorado todo lo hacemos bien, la culpa de todos los males es de la administración y de la falta de recursos». Cualquiera que haya estado en contacto con la educación sabe que, como en todos los oficios, hay absolutamente de todo. Es cierto que la gran mayoría intenta hacer las cosas lo mejor que pueden, pero existen la incompetencia, la desgana, la desmotivación, la sensación de que «da igual lo que haga». Eficiencia, motivación, interés, profesionalidad, trabajo bien hecho, posibilidad de ascender, ganar más o tener otro tipo de compensaciones, tener que buscar otro trabajo si no se llega al mínimo… son valores que cualquiera de nosotros defendería si se tratara de nuestro propio negocio. ¿Por qué no defender estos mismos valores en «lo público», en general, y en la escuela pública? Ahora es cuando alguno de esos izquierdistas de pancarta piensan «eres un vendido», «le haces el juego al capital» o cosas mucho peores.

Uno tiene derecho a tirar su propio dinero por el retrete, si quiere. Nada en contra de que lo haga. Sin embargo, lo común, lo que es de toda la ciudadanía, deberíamos respetarlo mucho más que lo propio, precisamente por eso, porque éticamente no podemos permitirnos hacer lo que nos dé la gana. ¿Es incompatible una escuela pública, democrática, crítica, de altísimo nivel y garante de la igualdad de oportunidades con un auténtico control de los recursos públicos?

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