Salmerón, el regreso

"La memoria es el escribano del alma". Frase Aristóteles. Quería decir que si no hay memoria el alma se pierde

Etras mucho tiempo fuera de Almería, Salmerón decidió regresar. Había recibido la invitación de la logia salmeroniana de Alhama y pensó que tal vez ya era hora de encontrarse con los paisajes de otra época. No tenía un buen sabor de boca, la verdad. Cada vez que había tenido el atrevimiento de representar a su tierra, los caciques locales habían hecho fraude electoral para que no lograse su objetivo. No obstante también tenía buenos recuerdos. Sobre todo de su pueblo y del Circulo Cultural, donde había tenido la suerte de dar ponencias. Por todo eso, al llegar, lo primero que hizo fue dar un paseo por el centro. Su primera parada fue en Puerta Purchena, donde sufrió un desvanecimiento al verse a sí mismo. No pensaba que fuese para tanto. Abrumado caminó por el paseo hacia el puerto. Algunas personas le miraban sorprendidos sin saber a ciencia cierta de quién se trataba. Pero él seguía hacia delante y observaba con atención a su paso. Encontró, así, coches oficiales con chofer que ofrecían miradas esquivas desde el interior; vio por la calle a un político del momento saliendo del banco y dirigiéndose a su lugar de trabajo; detectó a unos jóvenes sin empleo deambulando por allí; y finalmente a un repartidor perdido buscando una librería que ya no existía. Le dio la impresión de que Almería no había cambiado tanto. En el fondo los fueros seguían siendo los mismos. Su fe en el individuo, en la rectitud moral, se agitaron de repente. Siguió caminando hasta llegar al mar y allí se detuvo. Prefirió ese retiro para encontrarse con su conciencia. Y recordó allí la conversación que tuvo con Isabel II, años atrás. Ella lo había llamado para contratarlo como abogado, sabiendo que era republicano. Y él le preguntó por ello, porque le pareció muy extraño. La reina respondió que deseaba contratarlo porque era un político y abogado honrado, por nada más. Salmerón se sintió halagado entonces porque ella había tenido una apertura en su mente. Un proceso necesario por el que todos debían pasar. Frente al mar, Salmerón, pensó que eso seguía necesitando Almeria: abrir la mente y abandonar estructuras de otro tiempo. Tal vez la ética civil que propugnaba ayudaría a ese proceso. Entonces se sentó en un banco y respiró profundamente. Volvió en su mente a la inspiración de la filosofía: al Ars Vitae, a su dios Aristotélico. Y más relajado mostró una sonrisa.

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