Síndrome de estocolmo

Las elecciones no se ganan en la guerra de partidos sino haciendo higiene psicológica de los votantes

Hace algún tiempo el psiquiatra Nils Bejerot, asesor de la policía sueca, acuñó el término al que hace mención este artículo para describir la reacción que sufren algunos secuestrados. Consiste en la relación, de comprensión y complicidad, que desarrollan algunas víctimas de un cautiverio con su captor. Este concepto se ha desarrollado ampliamente y hasta se ha adaptado a otros contextos. De cara a la siguiente reflexión puede sernos muy útil. El talante almeriense ha pasado en repetidas ocasiones por el de personas con una gran ambición profesional y personal. No obstante, al llevar eso a la política ese talante se mezcla y confunde peligrosamente con las manifestaciones vigentes de opacidad, en tanto y en cuanto la gestión de algunos es de todo menos trasparente. Los poderes extensos en el tiempo y la suma de cargos han generado climas nada beneficiosos, sobre todo cuando la justicia nacional y los medios apuntan con pruebas contundentes. En este escenario, que es el del neocaciquismo, hay dos comportamientos: el de los colaboradores, clientes, benefactores necesarios, y sobre todo el de los que manifiestan el síndrome de Estocolmo. Son personas precarias que siguen apoyando a estos tiranos griegos sin apreciar la verdad tras el telón. No son conscientes de su dolencia, en su furor de votantes siguen el hilo de alguien que para nada tiene en cuenta los problemas de los ciudadanos. Ha sido el secuestro de su voluntad, a través de promesas, de mentiras y de manipulaciones, de muestras falsas de afecto, el responsable de esta patología política. Y los neurovotantes, necesitados de un mesías, han creído en esos paraísos hasta el punto de desarrollar una fidelidad enfermiza. Les tienen tanto aprecio que, a pesar de sus necesidades no resueltas, están dispuestos a defenderlos de las agresiones verbales. Pero hay más. Almería, como todo país mediterráneo y latino, y como extensión del clientelismo, practica una la política de clanes familiares. Lo que hace el líder está bien visto por el resto a pesar de ser una atrocidad y un delito. Eso genera la ampliación del síndrome, ya que las acciones del líder son incuestionables e innombrables. Y hasta dicen que no existen. Es muy triste el limbo en el que viven las víctimas. Su fidelidad se basa en aspectos emocionales, en nada más. No cuestionan los hechos. El líder se convierte en un emblema.

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