República de las Letras

EL TREN

Todo sea por el AVE, esa forma rauda, audaz e irreflexiva de viajar. Y cara. Muy cara

Nosé quién dijo aquello de "no te creas nada de lo que te digan y sólo la mitad de lo que veas", que es un sabio consejo. Resulta que antes y después de las elecciones municipales el tren en Almería se avería cada dos por tres. Caramba con el tren, cómo entra en campaña. Nunca me he creído que en Almería -ni en el país, oiga- sea el tren la panacea para el transporte, ni de personas ni -mucho menos- de mercancías. Hay aquí quien se cree que las verduras y frutas de Almería van a salir para Europa en el AVE. En un futuro, puede ser. Pero muy lejano. Hoy por hoy, con las carreteras que tenemos y la flota de camiones creada en todos estos años -por lo tanto, los intereses que juegan en el mundo del transporte-, y teniendo en cuenta lo escasamente creativa que somos la gente de Almería y el tipo de empresariado que tenemos, dudo mucho que, ni por tren ni por barco, sea posible la exportación de ese tipo de mercancía. En la actualidad, con esto del tren da la sensación de que se está haciendo algo parecido a lo que suele hacer el Ayuntamiento -supongo que todos los ayuntamientos- cuando quiere derribar un edificio antiguo para satisfacer intereses propios o de amigos: dejarlo envejecer sin reparar ni renovar, que se empiece a caer por sí solo, declararlo en ruina en el momento oportuno y proceder a su demolición para hacer sitio a obras nuevas. Pues con el tren, igual: de pronto, después de ciento treinta años, el tren es imposible en Almería. Y no sólo por el trazado en sí de la línea, que siempre ha sido defectuosa, aunque a pesar de ello ha habido épocas en que ha sido rentable. No por la línea, digo, sino por los trenes mismos. El talgo, que fue la gran invención del franquismo, la solución moderna, innovadora, casi revolucionaria al transporte de pasajeros en los años 60 y 70, de pronto resulta que se avería, se atasca, se hace inservible. Pero, en fin, si lo dicen quienes lo dicen, será que ya no vale. Todo sea por el AVE, esa forma rauda, audaz e irreflexiva de viajar. Y cara. Muy cara. Desde luego, los ilusos que creen que la exportación de los productos del Poniente y del Levante se va a ver, no sólo favorecida, sino grandemente incrementada por este nuevo invento, esta nueva panacea del transporte, van listos. Al AVE le va a pasar como al avión. Cuando Franco inauguró el Aeropuerto en 1968, todo iba a ser exportado por avión. Y ya hemos visto.

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