Virus y temblores

Repetidos temblores de tierra asustan más por el barrunto que cientos de muertes reales por un virus silencioso

Con el telón de fondo del coronavirus, cualquier acontecimiento o suceso extraordinario puede formar parte de una cadena de maldiciones -las plagas bíblicas participan asimismo de una mayúscula sucesión de desgracias- que asustan y tuercen el curso de los días. El enjambre sísmico -en uso de la metáfora- aterroriza a muchos granadinos residentes cerca del epicentro de Santa Fe, que han pasado callejeras noches en vela, o con sueños alterados dentro del coche, porque diez segundos de temblores de tierra hacen huir del vulnerable refugio de las cuatro paredes, cuando todo se mueve, los muros se agrietan, algunos falsos techos se precipitan y el miedo hace de las suyas anticipando una tragedia.

A centenares se suceden los terremotos en Granada desde principios del pasado diciembre y, con la pulsión de dar cuenta en las redes sociales, grabaciones hay en las que la particular y doméstica intimidad de puertas adentro tiembla y se sobresaltan los moradores que, entrada la noches, estarían más o menos tranquilos en el ordinario final de una jornada. De modo que ese desconcierto sobrevenido hace correr hacia la calle como si, a cielo abierto, el riesgo se atemperara o, por lo menos, en la reunión con los vecinos, el susto de muchos se convirtiera en consuelo de todos. A ser posible, con mascarilla y a la distancia debida, aunque se altere el grupo de convivencia, en la nutrida reunión de muchos con la solidaria complicidad de un sobresalto compartido. La tectónica de placas es una teoría que no debe ser bien conocida por bastantes asustados granadinos, aunque a la postre explique la razón de sus temores. Y los sismólogos reiteran una explicación natural de esos terremotos continuos, de baja o mediana intensidad y repetidos. Por mor de la convergencia de las placas africana y euroasiática que se acercan pocos milímetros -y que quede ahí- al año. Sin embargo, las explicaciones científicas son poco convincentes cuando la lámpara del salón comienza a temblar por el vaivén de un repeluco terrestre. De modo que la relatividad puede hasta con el estado de alarma. Y, entonces, este ya es menos debido a los ingentes estropicios del virus, que no hace ruido, que no se ve, pero que estraga con cientos de muertes cada día. Porque la alerta aterroriza con los eternos segundos de un temblor que abre la imaginación a una hipotética y más aparatosa tragedia

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