Viva maría

María ya descansa con la serena placidez de un bebé feliz por el prodigio de un equipo médico fabuloso

Tómese el título a modo de interjección, para expresar alegría y aplauso. Mas también en forma verbal imperativa, exhortando con decisión. ¡Viva María! Que se ha sobrepuesto a una taquicardia descomunal, con su corazón bastante maltrecho, en las entrañas de su madre, tras nacer prematuramente, con menos de un kilo y medio de peso, para pelear por la vida poniéndose en las prodigiosas manos del equipo médico que la ha salvado. Viva María, que viva María como incitación firmemente proclamada por todos cuantos han llorado al contemplar el ya sereno rostro de una criatura venida al mundo para vivir. Una intervención quirúrgica pionera, nunca antes practicada como ablación cardiaca en un recién nacido de tan pocos días de vida, ha obrado el milagro del vivir con la pericia de un catéter y la excelencia mayor de quienes, mediante una precisión extrema, tocaron con calor los dos centímetros del corazón de María para que la arritmia cesara y ya pudiera descansar con la singular placidez de un bebe feliz. Por eso han llorado de gozo la familia y el equipo médico, y una doctora, con la pequeña María en sus manos, le mira su rostro considerando la vida rehecha de quien, hacía poco, acaba de estrenarla, a destiempo, por la apremiante razón de no perderla para siempre.

Suele atribuirse el reconocimiento, el prestigio, la nombradía o la más alicorta fama a quienes no la merecen o por las razones que no deberían propiciarla, como Julián María solía repetir en su condición de filósofo desenvuelto para escrutar la realidad y las maneras, no pocas torcidas, del obrar humano. Por eso es del todo necesario nombrar a los dos médicos que, junto a un fabuloso equipo, han logrado recuperar a María de una taquicardia fatídica: la doctora Georgia Sarquella, que revisa a María con ternura y una felicidad dichosa, tan profesional como personal, y el doctor Josep Brugada, al que sus años de cercanía con los corazones rotos no le secan el surtidor de las lágrimas de la emoción. Que la vida les regale, a ellos y a todo su equipo, precisamente tenerla en plenitud, sin sobresaltos como los que remedian tan prodigiosamente.

Y a sus compatriotas debe llenarnos el orgullo de contar con una sanidad que, incluso siendo mejorable, asegura un bienestar en el que se reconoce como país más saludable del mundo. Nos hace falta esa justificada autoestima para ser capaces de lo mejor y, sobre todo, de discernirlo.

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