La debilidad del discurso

Los poderes fácticos nos conocen. Nos ponen delante de nuestras narices el pecado, el delirio, la enfermedad

Si hacemos una pequeña revisión de los filósofos más importantes que la historia ha dado a este santo país, nos daremos cuenta que poco o nada podemos sacar como conclusión. Apenas nos llegan los dedos para contar cada uno de ellos. En la actualidad existen filósofos de la talla de Fernando Savater, cuyo discurso se establece entorno a la ética del querer en contraposición a una ética del deber. Y defiende un modelo de sociedad laica que ayude a afrontar no solo los planteamientos teocráticos, «sino también los sectarismos identitarios de etnicismos, nacionalismos y cualquier otro que pretenda someter los derechos de la ciudadanía abstracta e igualitaria a un determinismo segregacionista». O de Ana de Miguel, que postula la reconstrucción de una genealogía feminista, a partir del movimiento social y de la construcción de nuevos marcos teóricos de interpretación de la realidad. Dejo muchos filósofos más en el tintero y, desde aquí, desde estas exiguas palabras, pido disculpas por no incluirlos a todos, injustamente -prometo profundizar más en la cuestión-.

Pero si hacemos un juicio crítico ningunos de estos filósofos han sido tomados por los intelectuales para el rearme ideológico que toda sociedad progresista necesita. Por eso quizás, todos los movimientos progresistas que se articulan en España en pleno siglo XXI están vacíos en sus discursos ideológicos. Preocupados más de dominar la pasión del electorado, que la razón del ciudadano. A la postre, un mayor patrimonio inmaterial, capaz de derribar muros y de perpetuar pensamientos. Así es como la filosofía occidental establece el desarrollo de las sociedades más importantes de la historia. Y una vez más, nuestros líderes nos hacen llegar tarde y mal. Quizás, en un intento de seguir adormeciendo a una sociedad con un potencial tan grande, que podríamos materializar los idealismos que han hecho que la historia nos haya dado la razón alguna que otra vez más. Porque, al fin y al cabo, lo importante no es lo que somos capaces de hacer a nosotros mismos, sino lo que somos capaces de aportar a la sociedad, fin último de cualquier intelectual que se precie, de cualquier persona que simplemente tenga un poco de luces. Porque si somos capaces de construir una sociedad de progreso, obtendremos una sociedad justa y equitativa.

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