Un don divino

Usan también el símil de Dios-creador-artista para prestigiar el oficio ante la sociedad

Recuerdo vivamente que, en mis primeras exposiciones, siendo un niño y adolescente aún, el comentario que más hacía la gente ante la visión de mis cuadros y dibujos, a mis padres o a mí mismo, era: "tiene un don que le ha dado Dios". Y se quedaban tan anchos. Ese era el argumento más lógico -según ellos- para explicar mi facilidad -aparente- o virtuosismo nada habitual. A mí me molestaba un poco, la verdad, porque el talento que yo pudiera exhibir no se debía -en su esquema mental- a mi esfuerzo o inteligencia personales, sino que me venía dado del cielo. Porque sí, porque Dios lo había querido así; había decidido escogerme a mí y no a otros, motivo por el que yo, además, tenía que estarle muy agradecido. El origen de este peregrino discurrir está, una vez más, en nuestra profunda tradición cristiana y como ésta trazó vínculos y relaciones -míticas, literarias y visuales- asociados al arte y sus representaciones. Desde la baja Edad Media, especialmente en España, había una tendencia a representar a Dios como un Creador artístico; como arquitecto del mundo, blandiendo un compás, como alfarero escultor que crea a las criaturas y al hombre o -especialmente en el Siglo de Oro- como pintor que crea el mundo, la naturaleza y sus paisajes -Véanse algunos grabados de "Diálogos de la pintura" en el tratado de Carducho- e, incluso, las advocaciones marianas o las iconografías del santoral. Abundan las representaciones de Dios y de algunos santos caracterizados como artistas; véanse las que retratan a San Lucas evangelista y pintor, en las obras de El Greco o Ribalta, por ejemplo, el Dios padre retratando a la Purísima de García Hidalgo o el auto sacramental "El pintor de su deshonra" de Calderón de la Barca. La tratadística española sobre pintura del Siglo de Oro -Pacheco y Carducho- dedican inmensos capítulos a dar recomendaciones a los artistas de cómo han de representarse los santos y figuras religiosas, iconográficamente hablando. Y usan también el símil de Dios-creador-artista o Dios-pintor, para prestigiar el oficio ante la sociedad y otorgar al pintor un estatus que por sí mismo, en una sociedad profundamente religiosa, incapaz de apreciar los valores técnicos y estéticos, nunca podría alcanzar. Todo lo contrario que en Italia, donde, en la misma época, lo estético formaba parte del acervo cultural popular y los artistas eran juzgados por su talento y su valía, para ser tratados después como semidioses; el proceso exactamente inverso al español.

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