El emperador va en pelotas

Una mentira repetida por muchos se acaba convirtiendo en posverdad

Estando mi hijo, la otra noche, un tanto aburrido le animé a coger un libro. Tras ojear la oferta casera disponible eligió el cuento de "El traje nuevo del emperador". Mientras él leía no pude evitar una reflexión sobre el devenir de nuestras vidas en sociedad y el paralelismo con la moraleja de esa historia. Recuerden que la fábula va de unos pillos que convencen al rey para tejerle un suntuoso traje que está dotado de una particularidad: este era invisible para los estúpidos. Semejante tela no existía, por supuesto. El traje era una farsa pero nadie se atrevía a expresarlo a las claras por temor a ser etiquetado de incapaz. Me pregunto cuántas veces interpretamos el papel del rey que ha creído gozar de un don especial, invisible para la mayoría ignorante. O de aquellos súbditos que adulan la idiotez de otros hasta acabar haciéndola suya.

Vivimos inmersos en una suerte de corriente social donde cierto número de cuestiones quedan determinadas y no parece que podamos sustraernos a las mismas. Existimos en relación a los otros y eso nos proporciona un armazón que nos da fuerza. Pero esas interrelaciones, esa corriente, a la vez, nos debilitan y restan libertad. Una mentira repetida por muchos se convierte en posverdad. Un crimen avalado por la mayoría se transforma en legítima defensa. Un pensamiento aberrante, cuando sintoniza en 5G con nuestros followers, muta hacia dogma social.

Sirva esta reseña como un alegato a favor del individualismo, en pos del pensamiento divergente. Las redes sociales, la globalización o las modas esclavizantes difuminan nuestro pensamiento como una acuarela bajo el aguarrás. Mezclan colores que antes teníamos perfectamente definidos en una amalgama imposible de diferenciar. Abandonen la órbita de los tiranos que parasitan su pantalla plana. Lean, reflexionen y critiquen por sí mismos. Su salud mental lo agradecerá.

El emperador iba desnudo, le habían vendido una mentira tan grande que se veía obligado a creer en su veracidad. Este cuento, escrito hoy en un portátil ultraligero, habría tenido que añadir una inmensa cola, a las puertas de la franquicia estrella, para conseguir el mismo traje de moda, la misma engañifa pasajera. El soberano iba en pelotas y todos alimentaban el fraude supino. El monarca hacía el ridículo y con él rendía la decencia su último aliento. ¿Quién le gritará que no hay paño exclusivo sino trola formidable?

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