La esquina
José Aguilar
Ya no cuela el relato de Pedro
Hace unos días escuchaba en la radio una noticia que, aunque cotidiana, captó mi atención. Una banda de estafadores se movía por los comercios de nuestro país timando a cuántos podían. Los “presuntos” delincuentes convencían a la víctima de turno de que intercambiar los euros que el comerciante había ganado honradamente por las criptomonedas que ofrecía el estafador era una buena idea. El famoso “ timo de las estampita “ de toda la vida, vamos. Y es que por antiguo que sea el método de engaño y burdo que parezca desde fuera el argumentario desplegado siempre habrá quien pique y acabe palmando su dinero.
La historia del timo es tan antigua como la de la humanidad. Aunque no hay constancia documental, seguramente ya habría listillos y tontos en la edad de piedra. Romanos y griegos, que ya legislaban y documentaban igual o mejor que nosotros hoy recogen un sinfín de bulos y engaños. Tenemos registrado, por poner algún ejemplo, casos de navegantes que hundían sus barcos para cobrar una suerte de seguro que ya existía en la época. Sabemos también que algunos oráculos (considerados como intermediarios entre los dioses y los humanos) se aprovechaban de la credulidad de la gente para vender respuestas que beneficiaban a otros individuos o grupos. Incluso el propio Poncio Pilato, de moda en esta semana, además de lavarse las manos, diseñó una estafa para financiar un acueducto con fondos provenientes de los habitantes de Jerusalén y que nunca llegó a erigirse.
Y podríamos continuar hasta completar una auténtica enciclopedia. Obras de arte falsificadas hace cientos de años. Burbujas financieras especulando con el precio del tulipán en la Holanda del s. XVII. Y hasta algún que otro prepucio disecado que se expone por ahí asegurándose que corresponde a no sé qué santo. Y aquí me disculparán el sesgo de género porque no he sabido encontrar el clítoris momificado de ninguna beata; ay de mí.
¿Pero cómo es posible que, incluso con la información que tenemos hoy, sigamos siendo tan cándidos como siempre? Pues porque somos humanos. Y probablemente, en lugar de lamentarnos, debamos ensalzar nuestra tontuna como un rasgo intrínseco de nuestra humanidad. A la postre nuestra ambición, nuestra ingenuidad, la disposición a creer en lo imposible y buscar lo extraordinario es lo que también nos ha llevado como especie a alcanzar logros increíbles y vivir aventuras extraordinarias.
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