Del rencor

Este sentimiento sigue guiando los actos de muchos sujetos y colectivos

Entre los siglos XVI y XVII corrió por Europa un fenómeno de violencia extrema escudado tras la superstición y la paranoia. Se produjo durante este periodo una ola de crímenes en las que miles de personas, mayoritariamente mujeres en una situación social marginal, resultaron acusadas de brujería y fueron sometidas a juicios de baratillo, torturas y ejecuciones sumarias. La miseria y el rencor desempeñaron un papel fundamental en este fenómeno puesto que las denuncias surgían, en realidad, no tanto por las actividades mágicas de las acusadas sino de conflictos personales, vecinales, resentimientos acumulados o incluso celos. Los juicios eran, a menudo, procesos grotescos donde se utilizaban métodos de tortura para obtener confesiones que nacían, lógicamente, de la desesperación. Los testimonios solían ser falsos y el tribunal se basaba en estos junto con evidencias circunstanciales para dictar sentencias que, a menudo, eran de muerte.

Y uno podría pensar que aquellos tiempos oscuros ya quedaron atrás pero lo cierto es que el rencor sigue guiando los actos de muchos sujetos y colectivos. Socialmente parece que evolucionamos pero individualmente vemos que nuestras miserias son las mismas desde hace siglos.

El rencoroso tiende a centrarse en aquellos sucesos donde percibieron un agravio. Suelen revivir repetidamente estas experiencias en sus mentes alimentando así su resentimiento y caldeando la brasa del odio. A menudo experimenta sentimientos de amargura y muestra una incapacidad para perdonar a aquellos que percibe como responsables de sus heridas emocionales. Con independencia de lo que sucediera realmente mantiene, en su cabeza, una percepción distorsionada de los eventos pasados viéndolo todo a través de un prisma negativo y de injuria. El rencoroso anhelará la venganza contra quien percibe como enemigo y no cejará jamás en su empeño de infligir daño o sufrimiento como particular forma de ”hacer justicia”.

Pero de forma paradójica sucede que alimentar el resentimiento y el odio hacia los demás solo perpetúa el sufrimiento propio y ajeno. El rencor consume nuestra energía mental y arrasa con nuestras relaciones interpersonales. Dejar marchar el rencor nos libera del peso del pasado y nos permite vivir una vida más plena y significativa.

Como apostilló Nelson Mandela en cierta ocasión: “el rencor es como tomar veneno y esperar que la otra persona muera.”

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios