De la amabilidad

Cada gesto de humanidad contribuye a crear un mundo menos hostil

De cuándo en cuándo uno necesita de los demás. Pero ese imperativo no surge siempre de una relación transaccional pura y dura (te doy algo a cambio de otra cosa) sino que, a veces, emerge en forma de una necesidad más cálida y humana. El problema es que estamos muy acostumbrados al primer modo y poquito al segundo.

La sociedad moderna tiende a enfatizar las transacciones materiales donde se valora demasiado lo que uno puede obtener en términos de beneficios tangibles. Aquello de “tanto tienes, tanto vales” está más en vigor que nunca. Pero la realidad humana, aunque se nos esté olvidando, es que estamos vinculados de una forma que va más allá de un simple intercambio material. Hemos desarrollado una modelo de vida donde destaca el individualismo, la competitividad y el pragmatismo. Vivimos asediados por unas responsabilidades familiares y demandas laborales que nos dejan poco tiempo y energía para los demás. Tampoco ayuda la cultura de la competitividad, que nos impulsa sin descanso a destacar individualmente en lugar de colaborar con el otro. En un marco como este los actos de amabilidad destacan como excepcionales.

En los últimos días he necesitado de mis semejantes de una forma comprensiva y humana. Ha habido quien me ha pedido algo a cambio y también he encontrado quien me ha dado lo que necesitaba de una forma cálida y desinteresada. Casi me cuesta encontrar palabras que describan cuánto reconforta la vivencia de empatía y compasión. Cada acto de amabilidad, por pequeño que sea, contribuye a crear un mundo más humano. Como aquella película, “cadena de favores”, cada gesto se encadena con otro que, tal vez no alcancemos a ver nunca, pero que a buen seguro hará del mundo un lugar un poco menos hostil. En esa rueda infinita, que algunos llaman karma y otros, sencillamente, vida todo vuelve. La sociedad actual nos enfría y tecnifica tanto que nos aleja, en cierta medida, de nuestra naturaleza humana y solidaria. Pero es bonito comprobar que siempre hay quién rompe esa tendencia y se pone en el lugar del otro ayudándolo sin más. La amabilidad es, sin duda, una fuerza de cambio. El agradecimiento sobrevenido a un gesto de comprensión genera un vinculo sólido y genuino, fomenta un ciclo positivo y mejora el bienestar emocional. Ahora, como nunca, conviene recordar aquel viejo proverbio: “La amabilidad es el lenguaje que los sordos pueden escuchar y los ciegos ver”.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios