La evocación del futuro

Acaba un año de paciente redención y asoma otro tiempo que nadie sabe si llega con más sombras o más luces

Acaba un año de paciente redención y asoma otro tiempo que nadie sabe si llega con más sombras o más luces, salvo los duchos en predicciones, ese afán tan crónico como inaccesible de adelantarse a escribir el futuro (caso del visionario) o de reescribir una y otra vez el pasado (caso del político). Ese afán sicoactivo que cuenta con devotos indesmayables. Entre los futuristas, desde el ciego Tiresias al vidente Rappel cada cual honró como pudo el reto de pronosticar qué nos deparará el destino, aunque unos lo borden en clave distópica (o agorera, tipo Orwell) y otros en clave utópica (o auspiciosa: ahí nadie como P. Sánchez, ¿eh?). Alguna vez les hablé del ingenioso juego de señalar qué hábitos sociales que hoy nos parecen lógicos, nos recriminarán mañana nuestros nietos, al igual que hoy repudiamos la odiosa esclavitud que otrora fue un uso de lo más católico. Es ameno, pero acaso el tipo de presciencia más prolífico ?aunque su fatiga lo reserve solo a los elegidos? sea el arte de exprimir la inteligencia para acopiar y clasificar datos e inferir lo que nos espera, visto lo que vemos, con algún viso realista. Como hizo Marcuse, advirtiendo sobre un mundo burocratizado en ciernes que sacrificará la libertad individual al progreso de la tecnología, primando la eficiencia sobre el goce. Un proceso de alienación hoy nada inverosímil, que reduce al hombre a mera cosa, a la que se le inyecta una conciencia de seudo felicidad basada en el consumo insaciable. O como los que avisan sobre otro nuevo mundo que nos deshumanizará en híbridos cuasi androides que solo disfruten los placeres que la biotecnología programe. Lo que cabe reputar como agorero (Dick) o de buen augurio (Kurzweil), aunque otros (Zuboff o Harari) lo supeditan a si se controla o no, a quienes acumulan trillones de datos sobre nuestras rutinas y gustos que los algoritmos convertirán en material primordial para que sus amos diseñen, porque lo sabrán mejor que nosotros, qué nos conviene en cada momento. Amos que hoy se regodean ya en la evocación de ese futuro en el que invierten millardos de dólares, mientras los ciudadanos rasos nos abstraemos jubilosos en el retorno de las Pascuas ancestrales y la cohetería que anuncie un nuevo año tan negro o tan blanco, como cada cual se quiera pintar. Eso sí, a las órdenes siempre de los decretos de unos y los espejuelos letárgicos de otros. Feliz Navidad y Año Nuevo y Reyes...

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