A galopar

Para el distinto se establece un plan bien definido: conversión o purga

Para explicar la metamorfosis del voto andaluz, el alucinante vuelco en apenas cuatro años, hay que estudiar el divorcio entre la gente normal, con sus pequeñas aspiraciones y luchas diarias, y el profundo sectarismo que anida en las organizaciones políticas, especialmente en las autocalificadas de izquierdas. La práctica sectaria en política, como sucede en muchas religiones, se caracteriza por el fundamentalismo ideológico y la intolerancia, que generan la creación de grupos en trincheras, cohesionados a fuerza de identificar un enemigo exterior que, supuestamente, tiene un pensamiento opuesto y falso, identificado como pernicioso. Al grupo de enfrente se le presupone maldad y una inferior catadura moral. Al propio se le atribuye sin discusión una superioridad ética, una moral de elegidos que tiene un plan salvífico para la sociedad. Con estas discutibles premisas una parte importante del espectro político español edifica su narcisismo ensimismado, su arrogante creencia de superioridad intelectual, que le lleva a pensar en una misión trascendental que ha de imponerse a toda costa, sin importar los medios. Esta alucinación mental colectiva de los correligionarios es impermeable a toda opinión ajena que cuestione sus dogmas, de suerte que se rodean solo de afines o complacientes palmeros en contextos donde la autocrítica y el pensamiento propio y diferente brillan por su ausencia. Se censura, se veta y se excomulga al que no participa de ese dogmatismo, y se establece para él un plan bien definido: conversión o purga. Basta que un individuo sea identificado como contrario para ser represaliado a continuación. Al mismo tiempo, se premia a los afines, se les prebenda y domestica, creándose así grupos clientelares sostenidos con recursos públicos, y se legisla en determinadas cuestiones de forma ideológica e injusta para beneficiar a pequeños grupos de poder afines, nada representativos de una mayoría social, a los que siempre se presenta como víctimas. La gente normal que asiste estupefacta a estas despóticas arbitrariedades, se desapega cada vez más de esas ideologías. Estamos asistiendo a cambios históricos del pensamiento social, cada vez más transversal y apolítico, que muchos intolerantes no habían ni olido. El partido andaluz autodenominado socialista -que implantó su profundo sectarismo durante cuatro décadas- se hunde sin remedio, ensimismado en su prepotencia. Ello me complace y, como muchos, espero el naufragio total. A galopar… hasta enterrarlos en el mar.

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