Metafóricamente hablando

La gratitud, sana

Se le había hecho tarde y decidió llamar a un taxi, pero antes tenía que preguntarles el nombre de la Avenida

Sus amigos la habían invitado a cenar para conocer su nueva casa, pero desconocía la dirección exacta. Se le había hecho tarde y decidió llamar a un taxi, pero antes tenía que preguntarles el nombre de la Avenida. Cuando lo escuchó, desde el otro lado del auricular, lo primero que le vino a la mente fue la imagen de un hombre bueno. De niña, había escuchado muchos refranes, y recordó aquel que decía: "Es más bueno que el pan, y se moja". Ese dicho, como tantos otros, encerraba una gran sabiduría, pero fue la edad la que dio sentido a todos ellos, como le ocurrió en ese preciso instante. La ciudad había reconocido la gran humanidad de esta persona entrañable, dedicándole una avenida, conociendo la fragilidad de la memoria. Hay personas que se cruzan en tu vida y la cambian para siempre, aunque ellas seguirán su camino, ajenas a ese hecho íntimo del que son desconocedoras. Cerró los ojos, los surcos que los rodeaban se agudizaron, recordó cuando le conoció: esa persona desprendía la sabiduría y la serenidad que da la solera de un alma generosa. No tardó mucho en comprender lo que todo ser vivo necesita cuando la vida le da un empellón y se siente al borde del abismo. En un momento en el que su vida era un bullir de emociones, sueños y esperanzas, inmersa en la lucha diaria que engullía sus horas, y el río de la vida la arrastraba por sus aguas turbulentas, la realidad le golpeó, con un problema de salud imprevisto. De repente se encontró inmersa en la tribulación, tan frágil como una mariposa con las alas rotas. La enfermedad aparece si previo aviso, y ese hombre bueno, sosegado, sabio y paciente, le hizo sentir tan segura como un barquito amarrado a buen puerto en una noche de tormenta. Eso mismo le había sucedido a cientos de conciudadanos antes y después que a ella, encontrándose en su camino con el doctor de sonrisa tranquila, que transmitía la seguridad de que era posible la curación del cuerpo y sobre todo, la de sus corazones inquietos. Se lo había dicho alguna vez ella?, pues resulta que no, que siguió en la lucha diaria como si no hubiese un mañana, y al igual que los abrazos y los besos que se quedaron sin dar, a lo largo de su vida, también había dejado la gratitud enredada en alguna rama arrastrada por la corriente. Se dio cuenta de lo tarde que era, se puso la chaqueta y bajó a la puerta donde la esperaba el taxi. Dónde vamos? le preguntó el taxista. A la Avenida del Médico Francisco Pérez Company, le respondió ella sonriente. Tenía el firme propósito de volver a la orilla del río y recoger cuanto había ido dejando enganchado en las ramas muertas que lo jalonaban: besos, abrazos, agradecimientos, y todas esas emociones que llenan de humanidad nuestras vidas, como la de mi querido doctor almeriense

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