La indiferencia

Dependiendo del contexto en el que surja puede ser una defensa emocional, un arma contra terceros o una actitud egoísta

Al principio comenzó a notarlo cuando se sentaba en el coche. Accionaba la llave, el motor respondía de mala gana y ponía rumbo al trabajo. Saber lo que le aguardaba y el malestar que le suponía su ambiente laboral lo crispaba incluso antes de llegar. Pero la ansiedad cada vez se anunciaba antes. Ya no esperaba al coche sino que se iba enseñoreando de su vida con una mayor anticipación. Llegó un momento en el que Andrés se angustiaba ya desde la tarde de antes. Todo cambió cuando ella emergió.

Cristina enlentecía el paso conforme se acercaba a casa. Nunca tenía claro qué se iba a encontrar y cada vez le apetecía menos pasar tiempo con él. Su pareja, hacía tiempo, había derivado hacia la queja y la insatisfacción constante. Durante años Cristina se preocupó e intentó comprender a su marido rebuscando en las demandas que él le vomitaba. Al final la conoció a ella y todo resultó más sencillo.

La indiferencia es una defensa que nuestro aparato emocional erige cuando la tensión se acerca a límites insoportables. Hemos representado dos ejemplos (relaciones laborales o de pareja conflictuadas) pero habría más, por supuesto. La indiferencia es una "no emoción" puesto que se encuentra en una dimensión distinta del amor, el odio o la rabia. Supone un frío desapego de un entorno que, por lo habitual, generó grandes dosis previas de malestar durante un tiempo. Es una especie de salvavidas que nos lanza nuestra psique y al que debemos aferrarnos para dejar de sufrir transitoriamente cuando la agresión es constante y sostenida. Pero como cualquier salvavidas la indiferencia debe ser utilizada temporalmente y nos tiene que servir como alarma de lo necesario que es realizar cambios en nuestra vida. Este tipo de indiferencia, que nos inunda lentamente hasta que nos anestesia las emociones, no se debe confundir con la llamada indiferencia asertiva. En esta última simulamos no sentir nada por alguien con el fin de que este último modifique su conducta. No es una defensa inconsciente sino un arma racional.

Hay un tercer tipo de indiferencia que resulta letal. Esta sería la indiferencia social. No podemos abandonarnos al desapego comunitario cuando hay tanto que mejorar, tanto que proteger. Esta versión de la indiferencia, lejos de ser una defensa supone una posición egoísta. Como rezaba Luther King: "Lo preocupante no es la perversidad de los malos sino la indiferencia de los buenos".

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