Algo así decía mi maestro, aquel abogado de raza que fue José Manuel de Torres Rollón: que la abogacía era la justicia en pie de guerra. Librando una batalla perenne, interminable, con la ley en bandolera contra la indignidad y el fraude, armado solo de códigos, vocación y fe. Y mucho tesón. Un ideal que recordaba leyendo el vía crucis procesal que soportó el abogado maño Ramiro Grau, en su cruzada épica contra los molinos de golfos majando contratos falaces a costa del Estado al delatar los serios indicios de criminalidad contra el entonces ministro Ábalos y su entorno, en una cadena de denuncias infructuosas, sin más cliente que su ética, ni más ni patrocinio que su sentido de lo justo y la defensa de ese dinero público que no es que “no sea de nadie” como decía aquella ignara ministra que hoy preside el Consejo de Estado, sino que es de todos y por tanto todos debemos salvaguardar. Un peregrinar justiciero que inició -surtido de razones quijotescas, porque en el envite nada tenía que ganar y sí arriesgaba prestigio, confort y patrimonio personal-, en plena pandemia de 2020, al detectar que una Cía de Zaragoza, hasta entonces inactiva, ingresaba de un día para otro decenas de millones por suministrar mascarillas al Estado, un posible cohecho que denunció ante la fiscalía y que esta archivó sin investigar nada; luego fue al T. de Cuentas, que inadmitió la delación sobre el tinglado mascarillero; y apeló al auxilio del T. Supremo -al ser Ábalos aforado-, que lo archivó, sin más; y mientras recibía demandas o querellas de los señalados y sufría un ictus cerebral, siguió instando primero ante la Oficina Antifraude de la UE y luego ante el Gobierno español y el canario, la aclaración de la indiciaria malversación, sin más respuesta que un silencio atronador. Así que, indesmayable, formuló otra sexta denuncia ante la Fiscalía Especial Europea anticorrupción quien, por fin, incoó la investigación del cabildeo que hoy relatan todos los titulares de prensa. Sé lo que se siente al suplicar el amparo de un tribunal ante una injusticia, en un sistema judicial colapsado cuya (in)sensibilidad se encuentra saturada. Y también sé, ay, sin ser tan heroico como el Sr. Grau, que la Justicia humana solo se logra cuando se impetra con razón, claro, pero además con ilusión, porque mal podrá convencer a un juez, quien no está convencido de la rectitud de su causa. Un aplauso por tu ejemplo, compañero.

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