De minorías narcisistas

Viven obsesionados con la idea de que su singularidad grupal merece un trato especial

Aunque el fenómeno del narcisismo grupal fue diagnosticado hace siglos, su actual proliferación bajo el aliento mediático acaso no haya suscitado la atención que merece a la hora de explicar el desconcierto social ante el poderío de ciertos grupúsculos minoritarios que se postulan como gurús del mambo sociocultural, político y hasta legislativo del país, al operar como colectivos iluminados por el mito de la intensidad emocional: esa creencia de que "su sentir" es tan auténtico que el resto debe asumirlo como "hecho" incuestionable. Así que, inasequibles al desaliento, viven obsesionados con la idea de que su singularidad grupal merece un trato especial y que no es suficiente que, en la permisiva cultura de hoy, se les reconozca y respete su diversidad respecto a los estereotipos comunes o predominantes de su entorno, ni aun si tal respeto incluye su derecho a visibilidad; no porque, ya enardecidos por el éxito de su impacto mediático, aspiran a ejercer una influencia decisiva sobre el resto de la sociedad. Un trastorno típico de raíz narcisista, que se manifiesta en la certeza ilusoria de que sus peculiaridades no son bastante reconocidas: una sed muy difícil de saciar entre las minorías enfebrecidas -solo algunas, cierto-, que cada vez son más proactivas y arrogantes, sin atender a que el derecho a tener razón, ni está reconocido ni se le espera entre las codificaciones de derechos humanos universales. Vean cómo, aunque la OMS diga que hasta el 99'97% de los humanos nacemos ya con sexo biológico definido y solo el 0'3% restante, tiene rasgos transexuales, pues nada, además del legítimo respeto su singularidad, ese 0'3% reclama leyes especiales ad hoc para fomentar que afloren, por "contagio social", potenciales transexuales latentes, como si el transgenerismo fuera el estado biológico más natural del mundo mundial. Y qué decir sobre la reforma del C. Penal español, inducida por un partido que no representa ni al 2% del electorado. O de sustituir por lenguas regionales el idioma con el que nos entendemos cientos de millones de criaturas. O de justificar que algunos lugareños (vascos y navarros) soporten menor carga fiscal que los demás ciudadanos rasos. Pueden añadir los ejemplos que quieran, porque sobran, de esas minorías voraces que aspiran a cambiar su realidad tópica, imponiendo sus credos y diversidad de forma despótica, más allá del respeto legal y ético que merezcan.

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