Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La mujer sin dueño

Anteayer fue el Día de la Mujer, el día “internacional” de la mitad de los terrícolas. La mitad más pobre, sometida y trabajadora, y atengámonos a la estadística, donde las medias y promedios son contundentes, pero deben interpretarse según el territorio y la población objeto de estudio. No es comparable la proporción de mujeres obligadas al hombre y al trabajo familiar y doméstico en el mundo pobre y hasta paupérrimo que las de Países Bajos o España. En esta página se ha recordado esto cada año en esta efeméride. Desde la otra orilla cromosomática, y por ello con cierto temor al escribir. Mejor, obviemos el sexo para no pulsar el ON de las descalificaciones inmediatas y ad hominem (a pesar de las apariencias, el latinazgo no se refiere al “hombre”, sino a cualquier juicio amañado, sentencioso y severo). Estimo que el 8-M es positivo para la concienciación, aun incipiente; la felicitación es una agradable trivialidad. Vaya una con retraso para quien le plazca. Hace unos días, en uno de esos habituales corrillos desenfadados y también triviales que son previos a una reunión formal, comenté que una alumna había aducido en clase otra estadística, una que alertaba de que un número sorprendente de jóvenes, en concreto hombres y universitarios, se desasociaban de la causa feminista, por percibirla crecientemente intelectualizada y en ciertos grupos excluyente. Mi interlocutora en el corrillo era, y es, una señora con un buen despacho profesional, divorciada, con valiosas propiedades producto de su trabajo. Sin mayor indagación, se guaseó: “Este hombre cada día está más derechón”. Como si el estudio aquel, cual bumerán, tuviera que ver conmigo; y como si fuera impertinente cualquier alusión que, siquiera de lejos, pudiera oler sospechosa para la sensibilidad más progresiva de la causa. La de la mujer, la mujer sin dueño, y con una sola dueña. Ella misma.

Al salir de la reunión, tomamos una cerveza. Ahí, mi censora –censora siempre proclive al humor– me confió que, desde Jane Campion y El piano, solía no perderse el cine hecho por mujeres: “Me parece distinto, más compasivo, sensible y detallista”. También leía casi exclusivamente a mujeres novelistas y articulistas. No sé entender a ver tal necesidad de excluir: ¿o se trata de no compartir? Hablo del exceso: no hagamos, de las hojas, rábano. No queda más espacio que para afirmar que a mí el viejo título de Día de la Mujer Trabajadora me parecía muy preciso y pertinente para la lucha por la igualdad. Valga una opinión, que no para otra cosa relleno este recuadro.

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