Por un pelo de listo

La inteligencia y el sentido común se abren paso con pocos artificios (Goethe)

Imaginen o recuerden, según las canas que peinen, el escenario pleno de la Guerra Fría. Las dos superpotencias mundiales (USA y URSS) andaban en una gresca permanente. Los americanos altivos e imperialistas, los rusos algo desmejorados (el rock y la coca cola los estaba machacando) pero con el orgullo soviet impregnado aún hasta las orejeras. El mundo se encogía ante las bravuconadas de unos y otros, sabedores de que sendos púgiles gastaban arsenal atómico para devolver al pleistoceno a la Tierra, Marte y Albacete juntos con solo pulsar un botón.

Y así llegamos al 26 de septiembre de 1982. En el interior de un búnker sito aledaño a Moscú se desarrolla la siguiente tramoya. Una pantalla empieza a señalar un punto rojo. En seguida una luz, igualmente carmesí, comienza a bailar al son de una estruendosa sirena. Se hacen una idea, ¿no? Los militares de guardia vuelven su cabeza, todos a una, hacía el oficial al mando. Satinsalv Petrov enciende un cigarrillo y se detiene unos segundos antes de dar la orden. -Estos hijos de Regan nos mandan un pepino- piensa para sí. Para comprender la magnitud del cavile de este señor hay que tener en cuenta que sus ordenes directas eran pulsar el botón de marras ante un ataque americano. La idea se sustentaba en la doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada. Si tú me mandas un regalito yo te correspondo con otro aunque aquí no quede ni el apuntador. Sí, la consabida estupidez del mamífero humano expresada en terminología atómica. Así las cosas el teniente coronel Petrov inspiró y anunció en voz muy alta: "Nyet". Osea, no. Todos se miraron desconcertados. ¿No les devolvemos el detalle?

Pero no hubo tiempo de comentar la jugada. Esta vez el sistema advertía de que cuatro misiles más volaban con avidez hacia la Unión Soviética. Los esfínteres se relajaron en unos casos y contrajeron en otros. El sudor frío era factor común así como la certeza de que les quitaban del tabaco, en sesión grupal y con efectividad 100% asegurada. Pero una vez más Petrov dijo en voz más alta: "Nyeeet".

El caso aún se estudia por los urólogos de todo el orbe: ¿serían cuadrados los de este señor? Él siempre eludió esa respuesta. Lo que afirmaba es que "nadie empieza una guerra nuclear con cinco misiles". Efectivamente, esa noche fallaron los radares rusos. Ninguna bomba amenazaba su territorio. El sentido común de Petrov nos libró de la tercera guerra mundial.

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