La píldora liberadora

Un evento histórico que modificó de raíz la trascendencia de la relación sexual ya que liberó a la mujer

En la galería de honor sobre los inventos más influyentes en nuestra civilización, cabe situar en el pódium estelar, junto al fuego, la rueda o la escritura, a la revolucionaria píldora anticonceptiva, cuyo uso comercial se aprobó, no sin polémica, un 9 de mayo de 1960 en EEUU. Un evento histórico que modificó de raíz la trascendencia de la relación sexual ya que liberó a la mujer, por siempre, para que dispusiera, cómo y cuándo quisiera ella, de su propio cuerpo, de sus cariños o pulsiones pasionales, sin tener que depender o negociarlas con nadie. La empoderó con un insólito potencial redimidor que le permitía prescindir del varón encelado, tan poco de fiar, y pasar, siquiera poco a poco, a poder programar su maternidad para conjugarla con su desarrollo profesional y vital: abolió la femínea esclavitud biológica. Aunque su llegada por estos lares no resultó pacífica ni fácil, para las bravas adolescentes de mi generación, florecidas al amor allá por los años sesenta y setenta, ya que su acceso las enfrentó, en aquella sociedad paleta, a la Iglesia, porque era pecado, y a la sociedad tradicional, porque favorecería el puterío. Fariseísmo al uso. Así que hoy, quiero rendir homenaje a aquellas jóvenes, hoy mujeres maduras, muchas además abuelas, para las que tomar la píldora fue más arriesgado que atreverse con las minifaldas o los bikinis. Pero lo hicieron: una cosa y las otras. Y todo lo que fue preciso para liberarse del yugo procreador aleatorio, superando miedos casi insuperables, (estigmatizados como venían, los efectos hormonales de la píldora), y para romper cadenas morales y sociales, vindicando altivas su derecho a salir de casa, a estudiar, trabajar o a divertirse: a proyectar y a protagonizar su propia vida. Las conozco bien, porque con ellas compartí guateques y juegos, ilusiones y esos primeros besos que perduran en la memoria de los tesoros incorruptos. Y sé de la gallardía con la que lucharon, en una espiral libertadora, a la vez que agotadora, por labrarse una profesión, como sus padres, mientras seguían cuidando a sus parejas e hijos, como sus madres. Una paradójica dicotomía que sobrellevó, a costa de arrugas e insomnios, aquella generación de supermujeres que entonces, de colegialas, encendieron todos mis bríos hormonales y hoy, maduras y lúcidas, pero no menos hermosas, avivan todos mis afectos, admiración y respeto. Va por ellas y su píldora liberadora.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios