De la razón al espíritu

En lo artístico, su visión inauguró un discurso histórico, evolutivo y teleológico, que llega hasta las vanguardias

En la noche previa al 14 de octubre de 1806, Hegel terminó de escribir en Jena su "Fenomenología del espíritu", acaso su obra más celebrada. Pocas horas después, en ese día, se libró en esta ciudad la batalla en la que Napoleón derrotó a Guillermo III de Prusia. Con esta victoria se puso fin al Sacro Imperio Romano Germánico y el emperador francés amplió sus dominios hasta Berlín. El imperialismo napoleónico pretendió llevar los ideales de la Revolución al resto de Europa por la fuerza; un código civil emanado de los ideales ilustrados y el imperio de la Razón como emblema de un tiempo nuevo. Pese a todo, el gran proyecto reformista de la Ilustración que buscaba, junto a una verdadera justicia, igualdad y libertad sociales, la implantación del conocimiento científico y el destierro de mitos y supersticiones, no llegó a triunfar plenamente. La resistencia de las viejas monarquías absolutistas europeas apoyadas por la sinrazón e ignorancia de un pueblo ajeno a las nuevas ideas revolucionarias, propiciaron una reacción mal calculada desde el principio por el autocoronado Napoleón. Nacía un tiempo nuevo, donde los sentimientos patrióticos de los distintos territorios abonaron una visión retrógrada del conocimiento y la existencia. Surgía, en el pensamiento y en el arte, el Romanticismo. En Alemania, desaparecido Kant -el gran epígono de la Ilustración-, Fichte, Schelling y Hegel abonaron el camino de un nuevo Idealismo. Rousseau y Herder habían cuestionado la idea de progreso mecanicista de la Ilustración, abogando por una vuelta a los orígenes, a la naturaleza y a la tribu. En su "Fenomenología del espíritu", Hegel sustituyó la razón o el logos por el "espíritu", tanto individual como colectivo y diferencial a cada periodo de la historia. En su pretensión de conocer la verdad absoluta, parió un sistema teórico de clara inspiración religiosa. En lo artístico, su visión inauguró un discurso histórico, evolutivo y teleológico, que llega hasta las vanguardias de hoy y que ha supuesto -en su arrogante visión de la superioridad de lo moderno- el desprecio por lo inmediatamente anterior. El Romanticismo consiguió la libertad creativa para el artista, pero también el engordamiento de su ego, presuponiéndole un estatus de visionario capacitado para iluminar a la tribu. En lo político y social, este período histórico abonó los nacionalismos, generando un retroceso civilizador que aún sufrimos hoy.

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