Dice el diccionario que una revolución es un "cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional", un "levantamiento o sublevación popular" o un "cambio rápido y profundo en cualquier cosa". Hay muchas personas y colectivos que llevamos años reclamando un cambio rápido y profundo en el sistema educativo. Rápido, porque las generaciones van pasando. Profundo, porque cada vez la escuela cumple menos con su objetivo de formar a las nuevas generaciones, fomentar valores democráticos y que las personas lleguen a ser lo que quieran ser, con independencia de su procedencia, rasgos personales o estatus social.

A la luz de las últimas noticias sobre acoso escolar, salud mental y suicidios en jóvenes cabe plantearse si quizá el cambio que tanto necesitamos venga derivado de una situación de auténtico dolor y violencia. Quizá sea, por fin, el detonante que la escuela necesita. El límite de las cosas que hacemos en la vida es la propia vida humana. Si es la propia existencia lo que está en juego, si no estamos y no somos, nada tiene sentido. Las familias y la ciudadanía en general pueden soportar que tengamos pésimos resultados en matemáticas, en comprensión lectora, en inglés o en ciencias, pero no que sus jóvenes se sientan solos, sean víctimas de todo tipo de rechazos y vejaciones en la escuela, hasta tal punto que se terminen suicidando.

Si le parece que exagero, ahí van algunos datos. La fundación ANAR, de defensa de los derechos de jóvenes en situación de riesgo y desamparo, afirma en su Estudio sobre Conducta Suicida y Salud Mental en la Infancia y la Adolescencia en España (2012-2022) que los intentos de suicidio de menores que han atendido se ha multiplicado por 25,9 en la última década. Se ha pasado de 35 casos en 2012 a 906 en 2022. El 70 %, además, declaró haber sufrido algún tipo de maltrato en el colegio. Está claro que esta no es responsabilidad exclusiva de la escuela, pero no es menos cierto que los centros educativos son uno de los espacios donde nuestros jóvenes comparten más tiempo, se generan amistades y conflictos, aprendemos a relacionarnos de manera adecuada o inadecuada, creamos, reforzamos o destruimos nuestra identidad… Quizá esta sea la revolución definitiva, la que haga que nos centremos en lo que de verdad importa. ¿Cuánto dolor seremos capaces de soportar hasta que llegue?

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