La sala de espera

Las salas de espera son un momento de reinicio personal que debemos aceptar como un reto de superación

En las salas de espera todo es posible -o eso me parece a mí-. Bien pudiera decirse que es un cajón desastre de emociones que no terminan de definirse porque tratan de ocultarse. No obstante las emociones están ahí. La primera de ellas es la frustración por parar el tiempo, la segunda es el anhelo de dignidad que surge cuando cualquier cosa nos hace creer que somos desmerecedores de respeto: esto es cuando alguien llega después que nosotros y lo llaman por megafonía antes. Pero hay más: se dan momentos de desesperación, de desvanecimiento, y hasta de ira. El tiempo pasa lentamente entre sonidos guturales y el tic toc de los relojes analógicos. La señora de enfrente mira con ironía y hasta con desenfado. El niño de la izquierda no para de hacer ruido y de moverse, ¡vaya por Dios! Casi podría decirse que en la sala de espera surge lo bueno y lo malo de cada uno porque los ademanes se reprimen y los deseos -por no querer decir instintos-también. Haciendo una analogía, viene a mi mente una escena de Matrix en la que el iniciado Neo es conducido a una sala virtual para identificarse con el espacio y con su avatar. A bote pronto la sala de espera es otro espacio donde uno se ve forzado a ponerse a prueba a sí mismo. Si se acepta el reto la consecuencia es aprender eso del control emocional. Lo contrario supone pasar un mal momento y marcharse a casa con la sensación de haber perdido el tiempo. Ciertamente la sala de espera es un punto cero, un momento de reinicio personal, una prueba o un reto. El anhelo de superación debe prevalecer por encima de la frustración porque en ese anhelo está otro: el de inmortalidad -que es una metáfora de la estabilidad interior-. La supervivencia emocional es fundamental en esta época de estrés y falta de valores que nos distancia a los unos de los otros. Hay que aceptar ese punto de cero y reiniciar nuestro interior. La existencia no puede ser una existencia de mínimos sino de máximos, de desarrollo de potencialidades, de ambiciones interiores. Dicho de otra forma, la desesperación no puede adueñarse de nosotros en este momento de espera. Tampoco puede hacerlo esa señora que nos mira con intención, ni siquiera ese niño que no deja de hacer ruidos. Y mucho menos esa persona que acaba de llegar y que ya ha sido avisado por megafonía. Ninguno de esos hechos puede modificar nuestra existencia. No debemos permitirlo.

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