El termómetro

El uso de la mascarilla se ha convertido en el mejor método de detección del valor del individuo

Amí esto de la pandemia mundial me ha servido para muchas cosas: la primera de ellas para hacer una cura de humildad y saberme algo insignificante, desprovisto de la utopía de la razón proveniente de la modernidad que concedía al ser humano la capacidad de dominar el mundo. Esto no es así en absoluto. La segunda de ellas para saber que no sé nada y que debo aprender mucho de los profesionales sanitarios. Solo ellos pueden hablar con propiedad de lo sucedido y por lo tanto hacer críticas o no al gobierno en lugar de todos esos opinólogos de las redes y de televisión que ni trabajan en centros médicos ni tienen un conocimiento profesional de la materia, pero que muestran sus intereses partidistas como si no hubiera un mañana y de una forma vehemente, agresiva, inapropiada. Al margen de todo esto la pandemia me ha servido para detectar mucho mejor las conductas humanas. Antes averiguar los condicionamientos y otros rasgos de personalidad era una experiencia de prueba y ensayo y de interactuación con el semejante. No obstante ahora se ha simplificado todo mucho. Imagino que en época de guerra debía pasar lo mismo. En las crisis las personas se autosegregan y se autoseñalizan con su comportamiento. El Covid 19 ha dejado una buena herramienta de detección moral que es la mascarilla. Cuando la información es abundante y redundante sobre los peligros, el uso o no de la mascarilla marca una postura moral inconfundible y definitoria del individuo. Yo creo que ya no es la irresponsabilidad lo que dejan entrever quienes no usan la mascarilla sino una personalidad vacía de contenido: se trata de personas ajenas a todo, poco implicadas o involucradas en su comunidad, pero fácilmente manipulables al mismo tiempo por las marcas y los programas de TV. En mi pueblo se les califican como "cachos de carne". Y perdonen la vulgaridad. Podría haber dicho personas con enajenación moral pero esto es más explícito. Son personas a los que nada de lo que sucede les importa demasiado. Y eso es muy tóxico, más que la maldad. En todo caso cuando voy por la calle y veo a una persona sin mascarilla y sin respetar la distancia de seguridad ya se con quién puedo o no construir un futuro y con quién puedo hablar de cuestiones basadas en el sentido común. El uso de la mascarilla se ha convertido en un perfecto termómetro para medir la calidad humana, o el valor de la persona.

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