En voz baja

En los relatos de la resurrección del Señor es evidente su empeño de no presumir de resucitado ni de imponer el prodigio a nadie

Lamentan algunos sacerdotes muy buenos que nosotros –pueblo– vivamos con mayor intensidad la Pasión y Muerte que la Resurrección. Lo cierto es que el Señor también decidió vivir su resurrección con una asombrosa mesura. Lo cuenta Fabrice Hadjadj en Por qué dar vida a un mortal: “Un hombre a quien se confiara la tarea de inventar la historia de un resucitado habría descrito a un superhombre que realiza actos espectaculares, que hipnotiza a las masas, que levanta montañas con un dedo. No hay nada de esto en los Evangelios. […] Realiza los actos más sencillos: en la orilla del lago, cocina para sus discípulos, les invita a comer, comenta para ellos las Escrituras…”.

El contraste es patente: en la Pasión fue alzado sobre una colina a las afueras de la ciudad populosa durante la fiesta de más afluencia de público, juzgado ante la multitud, arrastrado por ramblas atestadas. Su sufrimiento no lo escondió. Tal y como sucede en nuestra Semana Santa, si la lluvia lo permite.

Algo me asombra mucho más que las montañas no volteadas con el dedo: que no se apareciese a Pilatos el de las manos limpias, a Caifás el de la túnica remendada, a los flageladores con agujetas, a los lenguaraces afónicos que se mofaron de Él en la cruz. Hay que ser muy bueno (Dios) para no entrar cual espíritu de las navidades pasadas de Dickens, y pagar visita a los torturadores, aunque sólo fuese por el respingo y para decirles: “Todo quedó en nada, ea”. Su perdón conllevaba el olvido ipso facto, en tres días cortos. Se aparece a los amigos, y encima disfrazado –último velo de pudor– de forastero en Emaús, de hortelano en el huerto, de pedigüeño de un pez a las orillas del lago…

Nadie en la Pasión lo confundió con otro, y ahora se emboza. Hay un motivo teológico; pero otro humano, de pura elegancia. Jesús tiene el pudor de la victoria y hasta unas nubes lo taparán pronto en la Ascensión. Retrasa la apoteosis cuanto puede para la segunda venida. La razón teológica también es gozosa: no quiere forzar nuestra libertad. Se lo confiesa a Tomás: “Bienaventurados los que crean sin ver”. Dios nos hizo libres para lo de la manzana en el paraíso y para lo de la cruz en el Gólgota. No iba a cegar ahora al gentío con el resplandor de una Resurrección irrefutable. Resucita como nació en Belén, en una cueva, sin alharacas. La opinión pública no se entera, sólo sus amigos y después boca a boca. Hoy es una fiesta íntima.

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