Mi último viaje a larga distancia fue a Turquía. Me gusta darle a la pata. Estaba previsto para verano de 2020, pero la pandemia me obligó a retrasarlo un año. Al final, también me comí la pandemia. Es cierto que no era un destino totalmente deseado. Pero sucede, a veces, que lo inesperado te sorprende. Visité Estambul. Es, probablemente, la ciudad más espectacular en la que he estado. Pero lo que hace más llamativa aquella tierra es su gente. Parecerá raro, pero el pueblo turco guarda muchos rasgos en común con el español. Es gente de calle. Vive en ella. Y eso hace que nunca pierdas la referencia de lo que dejas atrás. Y son amables. Y habladores. Y si tienen dos, uno es para ti. Y también visité la Capadocia. Más al Este. Mucho más. Y la gente seguía siendo igual. Muy cerca han tenido el infortunio de vivir en sus carnes el devastador terremoto de más al Este aún. Pero lo deben estar sufriendo igual. Es un pueblo al que admiro. Así que se levantarán. Pero les hace falta ayuda.

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