Génova 13 es un wéstern, no de John Ford, sino de Sergio Leone, donde la venganza va más allá de las figuras retóricas. El colt fulge entre las sombras y la nave del PP arde en el mar de la ignominia. Las intrigas silencian su respuesta y nadie se fía ni de su sombra. Teodoro hace el papel de Charles Bronson, don Pablo, de Henry Fonda; y Díaz Ayuso, de Claudia Cardinale. El monólogo joyceano ha sustituido al diálogo cervantino. Vuelve Hasta que llegó su hora: el duelo entre malvados y estúpidos ha comenzado. Feijoo mide los tiempos mejor que el reloj de Solo ante el peligro, al que, como Gary Cooper, mira de reojo, entre el tictac y el ruido de la calle. Aunque Feijoo no sea un personaje proustiano, ni un lector del eterno poemario de Borges, observa los instantes con prudencia y disimulo: convencido de que, esta vez, sí, tiene que coger el avión de Santiago a Madrid. Sabiendo que los sueños no son calderonianos, sino freudianos. Tal estos fueren narratología de una ambición, enmascarada por una paradoja: en Génova 13, Casado y Teodoro nunca podrán ser los héroes de El Álamo. John Wayne y Richard Widmark creían en el cine. Pero los estúpidos, no. Ni aunque se pongan las pelucas de Cristina Pedroche.

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