Bar de las cinco

Cuando te prepares para salir, elegirás la mascarilla como antes se elegía la corbata

La vida es un cuadro de Hopper un viernes a las cinco de la tarde en cualquier bar donde apenas hay nadie, tan solo un señor calvo con el poco pelo que le queda blanco, con sus gafas de concha, traje gris marengo, corbata, insignia y tónica scwheppes hablando animosamente con el camarero mientras lee el vetusto diario del bar. Afuera hace el viento asesino que dice que ya se ha acabado el fugaz y falso verano, el mismo viento que dice que ya nunca hay que salir nunca jamás porque lejos de arreglarse todo, todo amenaza con quedarse en un stand by de vueltas y vueltas al remolino de las noticias, mascarillas, contagios, confinamientos, brotes y la perfidia de un mundo que amenaza con que nunca será nada como antes y si es posible, un poco peor. El viento destructor se jacta soplando en cualquier punto de la provincia, tirando árboles, desestabilizando coches. Entran en el bar una pareja que resulta que son hermanos, hermanos de barriobajo, tatuajes y teléfono móvil. Piden tinto de verano a las cinco y tapa, siguiendo con la ilusión, como todos, de que todavía se puede disfrutar de algo encerrado en una cápsula muerta. Las sangre triste del frío recorre las venas de la ciudad, las calles vacías. En la fotocopiadora no hay cola, merodean los empleados cuando en un día normal hay colas. En los días de diario hay colas en todos los sitios, en los cajeros automáticos, las farmacias y las ferreterías. Quiero imaginarme que son las mismas colas de antes, solo que en la calle y con las personas más distanciadas. En los restaurantes de carretera han sustituido en las vitrinas el típico torito de souvenir, las navajas y las gorras de cazador por todo tipo de envases con geles, packs de mascarillas y toallitas higiénicas. Si vienen, por lo menos que encuentren lo que necesitan. En una tienda de ropa la mitad del género ya son mascarillas de diseño. Creo que voy a comprarme una mascarilla para los sábados. Cuando te prepares para salir, elegirás la mascarilla como antes se elegía la corbata. En el cuadro de Hopper todo es mortecino, con una distanciada conversación entre la pareja y el camarero impoluto de blanco mientras el señor de espaldas, con traje, sombrero y pose taciturno, guardando la distancia con fantasmas invisibles apura su nueva normalidad agrietada, en la calle es de noche o día, sin un alma y las pocas, casi ninguna, están en ese obsoleto bar de las cinco.

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