El tiempo, siempre él, machacándonos con su impertinencia, salvaje e indómito. Bastaba echar la vista atrás para comprobar su elasticidad, lo que hoy parecía un sueño apenas vivido, en su día fue un vasto espacio en el que se desarrolló nuestra infancia, incluso nuestra juventud. Aquellos veranos interminables, dieron paso a unos viernes encadenados a los lunes, sin solución de continuidad. Casi sin darse cuenta se le escapó entre los dedos de sus manos, esas manos que mostraban con impudicia las manchas oscuras que siempre asoció con la vejez. Se miró al espejo y trató de adivinar las facciones de la niña que fue, y que por más intentos que hiciese no acababa de descubrir. Desistió de la frustrante búsqueda, apagó la luz del baño, y se dispuso a disfrutar del sereno momento en el que todos los días se sumergía, cuando llegaba el ocaso. Se preguntaba qué sería de ella si la soledad fuese su única compañía. Después de la vorágine de su vida adulta, en la que el tiempo le pasó por encima de forma vertiginosa, la casa, siempre llena de niños, gritos, risas, y juegos, se había convertido en una capilla silenciosa. Entró en la cocina, sacó la botella de champán rosa y vertió su preciado líquido en la transparente copa que tenía entre sus manos. Aprovechó ese momento de paz para poner orden en su mente, tenía que asentar su alma agitada tras las noticias que le habían asaltado durante varios días, sobre el impactante fin de una conocida actriz, que al parecer había decidido salir de este mundo, antes de haber apurado el tiempo que le fue dado. Todo aquel que tenía oportunidad, daba su opinión sobre el suceso, y como siempre, se remitían al tema de moda: el suicidio y la salud mental, entrando a discutir entre los contertulios de forma tan superficial que hacía daño a los oídos. Temas tabú entre los que haya, la muerte voluntaria y la salud mental, tradicionalmente han sido los grandes ausentes de los debates, pero meter a ambos en el mismo saco, por principio, le parecía una frivolidad. Dio un largo sorbo a su copa, deleitándose con su sabor y el cosquilleo de las burbujas en el paladar, al explotar juguetonas en su boca. Eran fechas en que la melancolía trataba de hacerse hueco en el alma, los días más cortos, más oscuros, y en muchos casos, una soledad insoportable para aquellos que el tiempo les hacía la jugarreta de alargarse. Siempre el tiempo y sus juegos, su elasticidad incontrolable, los días más cortos anexos a las noches más largas, esa sensación angustiosa de la copa vacía que no se puede rellenar. Se preguntaba si esas tendencias suicidas tenían que ver con un sentimiento fatalista de la vida, con la salud mental o con la terrible soledad en la que vivimos en el mundo actual. Sonó el timbre de la puerta, y en un momento un torbellino de risas llenó la casa: mami, que hay de cenar!

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