Comerse un búcaro

Se cotizan caros los búcaros, con su natural funcionamiento sin enchufe, y hasta llegaron a comerse hace siglos

Se cotizan caros los búcaros en Internet. Sobre todo, los de segunda mano, ya con rodaje en su sencillo, pero provechoso, funcionamiento. A saber, el agua almacenada se filtra por los poros de la arcilla -de ahí que "suden" los botijos- y, en contacto con el ambiente seco y caluroso, se evapora. Para ello, tal agua exudada obtiene energía térmica del agua que se guarda en el interior, y esta se refresca y enfría. Hay costumbre, entonces, de "curar" los botijos antes de sus primeros usos, dejándolos unos días llenos de agua y, tradicionalmente, con un poco de anís. Nada sofisticado, ya se ve, el mecanismo de un búcaro y, de hecho, esta natural simplicidad a veces se toma como término de comparación o de juicio.

No solo ahora, con este sofocante calor que abotarga el entendimiento y la voluntad, sino desde que la electricidad es un arcano, hecho de algoritmos, que solo se manifiesta con el sobresalto de las facturas, los botijos usados están presentes en las compras y ventas en la web, con altos precios. Las fuentes de agua fría no son búcaros eléctricos y, además del costo de la energía, el sabor del agua no es comparable al de la contenida en un botijo resultón. De modo que hasta subastas podrá haber para hacerse con búcaros que, a pesar de su alto precio, sean rentables tras no muchos tragos dados con el peculiar arte de beber a chorro, que chuperretear el pitorro no solo no es estético, sino insano.

A los poco metidos en años, el búcaro puede parecerles una obra de artesanía popular, que adorna el aparador de la casa de los abuelos, pero más general resulta el desconocimiento de que los botijos llegaron a comerse, de modo que cabría acuñar el término "bucarofagia"; para así denominar el hábito, algo extendido entre las damas de la nobleza del Siglo de Oro español, de comer barro dando pequeños mordiscos a determinados búcaros, especialmente apreciados con ese objeto. También parece tratarse de una costumbre musulmana y, en definitiva, tenía como razón cortar las hemorragias, habituales en la menstruación, y, sobre todo, provocar una extrema palidez del rostro, bien apreciada en la estética del momento. Ya que, en un caso, se tapaban ciertos conductos del cuerpo y, en el otro, el trastorno biliar por ingerir el barro daba ese color, hoy más enfermizo que atractivo, al rostro; además de otros efectos anticonceptivos y alucinógenos. Pero se trata de beber, no de comerse el búcaro.

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