Es Cristo que pasa

También la vida te enseñó que tras el dolor llega la Pascua, que cada vez somos más parte del pasado

Pareces volver a ser tú mismo cuando presientes la llegada del momento en que la víspera de gozo se convierte en Semana de Pasión y termina en un Sábado de Gloria. Sientes la llamada de un arcano que parece dormir en tus sentidos y resurge cada año cuando llega el Miércoles de Ceniza. Memento homo, recuerda siempre lo que fuiste, lo que eres y serás. Lo que deberías ser siempre, tal como eras cuando niño, cuando llorabas al amparo de tus padres mientras las campanas dejaban de sonar para dar paso a la matraca o cuando los velos cubrían de morado y de misterio los altares de la iglesia del colegio. Nada entendías, pero todo quedó impregnado para siempre.

Tardes de Jueves Santo con Guardia Civil uniformada de gala y mosquetones hacia abajo en señal de luto. Cines y teatros cerrados hasta el domingo, radios en las que solo sonaba el Miserere o las Pasiones de Bach. Y una voz te repetía cuando cantabas: ¡Niño, calla, que el Señor está muerto! Algún tiempo tardaste en entenderlo, cuando ya nada de eso era vigente. El tiempo pasa y nunca en balde. Para siempre quedaste prisionero de esa imagen reflejada en varios poemas. Leíste más tarde El rito y la regla y veías a tu padre y a tu hermano vistiéndose y ciñéndose el esparto. Lo mismo te pasó con Farol de cruz de guía, porque sabías reconocer a cada uno de tus seres queridos por mucho que vistieran de ruán. La imagen de tu padre llegado el momento de la ida, pleno de paz en la quietud más absoluta, vistiendo por última vez la túnica negra cual si fuera un traje de gala y así presentarse humildemente ante Dios Padre. Una última estación de penitencia, camino de la gloria, porque su vida fue un ejemplo de entrega y desamparo, y la misericordia de Él es infinita.

Pero también la vida te enseñó que tras el dolor llega la Pascua, que cada vez somos más parte del pasado y menos es lo que avistamos a lo lejos. En nosotros permanece lo importante a la vez que disminuye lo superfluo. Aprendiste a callar cuando Él pasaba con su cruz camino del Calvario y a transitar por estrechos callejones en busca de un lugar en el que el tiempo parecía haberse detenido. Ahora, con gran parte del camino ya pasado, con su marcha para siempre al Paraíso, sigues oyendo una voz que te consuela y al oído te susurra dulcemente al hilo de unos pasos racheados: Mira, hijo, no estás solo; nada temas ni te aflijas, es Cristo que pasa.

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