Cultura que no es de fiar

La experiencia cultural a veces es una relación sexual y otras una relación amor-odio

Es tan grande la sensación que causa la palabra cultura en nuestro interior que solemos experimentar un goce estético con ello. Y esa emoción es tan potente que nos conduce a la trascendencia. Cuando estamos imbuidos, erradicamos cualquier referencia negativa sobre la misma, ya que pensar que en la cultura pueda haber algún mal es como aceptar la existencia del pecado. En ese trasiego parece que experimentamos una experiencia religiosa cuando un cultureta produce un evento y nuestra asistencia es una metáfora salvífica que nos lleva a un plano de autorrealización. No obstante y amén de esta trascendencia, que ya la apuntó Gustavo Bueno para las sociedades occidentales laicas, sabemos que existen en la cultura entresijos ambiguos y oscuros. Pero de ello no nos gusta hablar porque da la impresión de que hacemos algo malo o impuro y hasta sentimos eso de la culpa. Pero en efecto es así. Hay una gran hipocresía en este contexto. Y a veces es imposible taparla con belleza. Como si se tratase de una ciénaga la oscuridad sube a la altura de los ojos. Por ejemplo, las relaciones laborales se gestionan sin contrato y con dinero negro. En otros casos, los afortunados que viven de subvenciones públicas o privadas han generado un mercado privado donde los recursos no se reparten democráticamente. Pero en el terreno de la convivencia el escenario es más demoledor. Hay personajes con trastornos de personalidad yuxtapuestos a su propio ego. Por otro lado hay villanos, personas que utilizan la cultura como trampolín para otras cosas. Aunque también quedan los buenos: los que sufren; los que no saben sobresalir porque tienen fe en el ser humano. A veces se les confunde con los mediocres. Podría hacerse dos grupos. Por un lado los que tienen una mente lo suficientemente fría como para saber gestionar sus opciones matemáticamente. Y por otro, los que aman tanto la cultura que la viven con un ensimismamiento enorme en el que todo está justificado sin con ello reluce una vida bohemia. Estos pagan todas las prendas. A bote pronto creo que el concepto más importante en todo este contexto es el amor. Uno debe amar lo que hace. La experiencia trascendente de la cultura debe ser un acto de amor sin exigencias. Pero casi siempre se convierte en una relación de amor-odio cuando las cloacas salen a flote. Entonces llega la herida. Y la adicción. Y ahí estamos.

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