Comenzamos el acalorado mes de agosto, a sabiendas, sin duda alguna, que España es el país con mayor caída del PIB y el segundo con peor tasa de muertes por Covid-19, entrando la economía en recesión. España supera los 1.500 contagios diarios por primera vez desde el mes de abril y el porcentaje del paro es el más alto de Europa con un aproximado 20 %. A pesar de todo esto, entre el control social gubernativo a la sociedad civil, más desajustes a nivel de gobernanza y disociaciones en la gestión pública, que siguen diciendo a viva voz que "nadie se ha quedado atrás", han convertido este país por cansancio político en un panfleto nocturno de inoperatividad y desencanto con o sin comité de expertos. El enmarañado poder ejecutivo tras la felicitación del presidente galego y la aquiescencia de los nacionalistas separatistas llegan a un acuerdo, que se cerró la vileza a espaldas del resto de las regiones autogestionarias plurinacionales con reglas de juego asimétricas y experimentos sociales con lágrimas y aplausos falsarios en la distribución del rescate de los fondos comprometidos por la UE a nuestro país con motivo de las secuelas de la pandemia del coronavirus y, lo que es peor, con un sistema sanitario estresado, falto de medios humanos y materiales, que van a tener que atender rebrotes por miles de personas, olvidándonos con suma rapidez a las víctimas con ceremonias de enlutadas hipocresías carentes de pálpitos espirituales. Somos un país arruinado por la enferma clase política, al transformar a España en una dictadura orwelliana del absurdo, al estar más preocupados de sus intereses personales y en el mantenimiento de la bancada, que del bienestar social de toda la sociedad civil, realizándose todas sus actuaciones públicas con el falso y arrollador marketing político para concienciar y manipular al electorado y decirles que es lo que les conviene. Todo lo contrario a cómo debe de articularse un sistema democrático del siglo XXI, en el sentido que, el electorado seamos quienes debemos de educar a nuestros representantes con la certeza, que si no producen resultados satisfactorios del mismo modo obtendrían nuestra censura. Para eso sería necesario que los resortes burocráticos de la prosa del pluralismo político tuviesen en sus genes la impronta democratizadora recubierta de patriotismo para el servicio a la Nación, al bien común de los españoles y una administración ágil, honesta y barata

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