Drácula era vegano

La apariencia lleva a pensar que las cosas no son lo que parecen, aunque cueste imaginar un Drácula vegano

Una conocida máxima sobre la apariencia advierte que las cosas no son como parecen. Y, aunque apariencia e hipocresía no sean del todo asimilables, sí cabe emparentarlas con el disimulo para completar el catálogo de la doblez. Drácula no era un vampiro, ni lo aparentaba. Otra cosa es la ficción literaria llevada al cine. En realidad, fue un señor feudal de los Cárpatos, príncipe de un territorio rumano llamado Valaquia, que vivió en el siglo XV y sembró el terror con motivo: asesinó a decenas de miles de enemigos y súbditos y, en su sadismo, contemplaba absorto las muertes lentas, dadas con torturas, descuartizando a las víctimas y, sobre todo, mediante empalamientos, de ahí que recibiera el sobrenombre de “Empalador”. Encarcelado durante algún tiempo, distraía su sanguinaria crueldad empalando los ratones y pajarillos que atrapaba con ese propósito. Por tanto, las espectrales apariciones de Drácula, con el romanticismo sangriento que llevaba al bocado en el cuello, son obra de una ficción que, en este caso, supera a la realidad por ser aquella, la ficción, más conocida y extendida.

El demacrado rostro de Drácula y su porte algo famélico casan bien con su morada de ultratumba, pero el Drácula real parece que era vegano. A esa conclusión llega un equipo de investigadores tras obtener muestras de sangre, sudor, saliva y huellas dactilares de varias cartas escritas por ese tirano dantesco, que se alimentaba preferentemente de plantas, con ausencia de proteínas alimentarias de origen animal. Sí puede coincidir con la ficción que tal déspota lloraba lágrimas mezcladas con sangre, como el recreado personaje de Drácula, acaso porque los llantos sangrientos se prestaban de buen modo y eran a propósito para la vampírica ficción. Así las cosas, un Drácula vegano sirve tanto a la contradicción como a la metáfora. La primera es fácil de notar, ya que al vampiro deben gustarle bien poco las ensaladas. Y la metáfora da bastante más juego porque en el panorama de lo cotidiano no faltarán personajes que, señalados como muestras de lo inaceptable, parezcan dispuestos a raspaduras de colmillos. O que cambien una voracidad opípara por una tostada de guacamole. De modo que un insaciable vampiro pueda ser presentado como un cascarrabias vegano.

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