Drama de la inmigración en navidad

Se ha perdido en las acciones sociales, se ha fallado al alma y a la cercanía de la ciudadanía

Dos trozos cercanos de tierra albergando mundos diferentes. Uno, la esperanzadora y deseada Europa, según los otros. Enfrente, la enigmática África, pero alejada y solo en vacaciones, dicen aquellos. Aunque es probable que solo un tiempo les aleje, pronóstico que la historia nos confirmará, confluyendo ambas algún día, desconocido pero cierto.

Y en medio, un mar que separa y, a su vez, muestra el camino que deben coger esos paganos del sur, idólatras del cosmos occidental. Los mismos que ansían un mejor porvenir, lejos de infortunios o dictaduras, viajando a un dudoso dorado bajo la clandestinidad que obligan las leyes humanas, hacinados en pateras de la muerte. Sí, de la muerte. Un certero bautismo para describir esas duelas que, tal como se conoce día sí, y otro también, cobijan el último aliento de los inmigrantes que pretenden pisar nuestro suelo. Para ello, solo humedad, frío, y tanta hambre como la pesadilla que les engulle seguramente por dentro.

Viene al recuerdo la canción de Sabina, esa que decía "Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido, que viene de la noche y va a ninguna parte, así mis pies descienden la cuesta del olvido, fatigados de tanto andar sin encontrarte". Esas pateras, de las que conocemos -imaginen las ignoradas-, no son nada más que ejemplos cotidianos de olvido, el de sus tripulantes presos del pánico, decididos a jugarse la vida por culpa de la miseria que les asola en sus países. En muchas ocasiones, tal vez más de las debidas, vidas perdidas y arrojadas al mar como pasto de peces. Incluidos niños. En mitad de la nada, abandonados, solos con la muerte.

Socializamos el drama de la inmigración, no le damos arreglo. En Europa vivimos inmunes a su dolor y las tragedias que provoca. Aquí dormimos y comemos todos los días. Creo que no concebimos realmente qué supone la muerte de un inmigrante en esos mares, porque resulta muy difícil, o imposible, ponerse en lugar de quien sufre la macabra paradoja de buscar un mejor destino y encontrar la peor muerte. Siempre, esa misma canción de Sabina: "quiero mudarme hace años al barrio de la alegría. Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía y en la escalera me siento a silbar mi melodía. La pérdida, el olvido. Qué pena tener que contar estas historias, más ahora en Navidad, y volver a la rutina diaria sin poder hacer nada que acabe con aquel horror.

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