Elogio de la tata

Las hubo célebres como Amaltea, la nodriza del dios Zeus y las reinventó la cinematografía con la modélica Mary Poppins

Qué mejor tata que los abuelos. Ninguna, desde luego. La sabia naturaleza lo supo siempre y acaso por eso, cuando miles de siglos atrás se fue prolongando el periodo de crianza que exigían los bebés humanos, dotó a las hembras adultas con la menopausia para que ayudaran a sus hijas a sacar adelante su prole. Junto a ellas, parece lógico suponer que el resto de la tribu también coadyuvara en ese papel custodio y mimoso con la infancia, dando origen a la figura entrañable que tan bien expresa la voz onomatopéyica infantil «tata», que el bebé incorpora en su primer vocabulario básico, junto a mamá, papá o nana. Un papel de atención infantil que se ampliaría, a la par que las tribus familiares se consolidaron en núcleos urbanitas apareciendo otro tipo de niñera, no consanguínea, que desarrollaba, como una labor social más, el cuidado del orden hogareño como empleada doméstica y además faenaba como apoyo materno a la primera instrucción del bebé, estimulando su complicidad en la risa, en su dicción, sus prácticas cantoras o juguetonas. Todo en uno y a la vez, personalizado en el ámbito del núcleo familiar, en ella (cuando ella existe), en la tata. Las hubo célebres ya en la mitología griega, como Amaltea, la nodriza del dios Zeus, y las reinventó la cinematografía con la modélica Mary Poppins. Pero mi elogio se dirige a esas otras niñeras modestas que han menudeado como apoyo básico de tantas familias numerosas, prodigando en su seno, y ganándose ellas, el cariño propio de una segunda madre. Es un tipo de asistencia personalizada que se desvanece poco a poco ante el implacable vértigo tecnológico y la oferta de la robótica especializada en bebés, aunque se mantenga aún, pero con cierto aroma laboral elitista, por caro. Y es que ciertamente es más barato adquirir una tablet que contratar una asistencia humana que atienda a la socialización del niño a pesar de que ésta proporcione, al menos así me lo parece, una mejor y más saludable crianza que las prótesis online. Como sostiene el profesor N. Ordine, el mito de la inmersión digital desde la primera infancia, con el creciente incremento de horas que dedican los niños a videojuegos o a navegar por internet, lo único que garantiza es un buen negocio de las empresas informáticas: pero no es improbable que favorezca desarrollos engañosos, incluso caóticos, comparados con la motivación briosa con la que las tatas, nos humanizaban.

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