Epíceto, el vigilante de la rambla

Dijo Marco Aurelio, pensador romano: "La mejor venganza es no ser como quién te dañó".

Nunca tuvo muy claro si fue primero filósofo o vigilante, o al revés. Aunque la gente no paraba de preguntarle si fue primero lo uno o el otro a él gustaba responder que ambos se encontraron en el mismo camino. Por una pate siempre se sintió un esclavo y la filosofía convertía a las dos actividades en un tándem complementario. En realidad, y a su edad, necesitaba la libertad y el sometimiento simultáneamente, por eso era estoico. El caso es que jamás ocultó ninguna de sus identidades a riesgo de recibir rechazo en los dos mundos en los que habitaba. ¿Para qué? La honestidad era una de las rutas de su doble vida. En una ocasión le preguntaron como podía compaginarlas y respondió que gracias a los insultos. Se había vuelto un experto en gestionar este tipo de acciones humanas. Sirva de ejemplo cuando lo destinaron a la Rambla de Almería a prestar servicio, uniformado, custodiando unas instalaciones con un alto riesgo para la seguridad. Entonces, en su pose erguida, encontró a ciertos jóvenes que le ofrecieron un repertorio de expresiones despectivas, como "hijo de tal", y hasta amenazas de muerte. Él pensaba que el insulto no estaba en el insultante sino en nuestro juicio sobre ello. No había insulto si el receptor no quería. Antes de ofenderse había que evaluar la formación e información del insultante, su autoridad moral, y hasta la fuente de su conocimiento. Uno no podía rebajarse a asimilar las palabras de un ignorante o una persona mal informada. En esos casos era mejor responder con una fina ironía relativa a lo absurdo del insulto. En esto coincidía con otro estoico, el cordobés Seneca, que además consideraba que uno no podía ofenderse por el mal uso de la obviedad. A veces los insultantes versionaban los hechos con intención negativa. En esos casos era mejor mostrar los hechos tal cual y responder con una broma inteligente que el ofensor no pudiera entender. A bote pronto Epícteto estaba convencido de la necesidad de esta gestión emocional del insulto en su doble vida de filósofo y vigilante. Además, gracias a las pruebas de los insultos, reforzaba su paz interior estoica. Y de ahí salía un objetivo: nunca permitía que el insultante pudiera ver afectación en su rostro, al revés le ofrecía la mejor versión de sí mismo para que este se sintiera superado. De este modo, sin rebajase, le daba una gran lección moral.

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