Huyamos de la caverna

Cuando el criterio para saber si algo es o no verdad depende de cuánto confiemos en la popularidad de una información, algo está fallando

Habla Platón en el "mito de la caverna" de un grupo de personas encadenadas desde su infancia dentro de una cueva. Como no pueden moverse, acaban creyendo reales las sombras que bailan en la pared: toda su vida es una percepción falsa del mundo. Un día, uno de ellos se libera, escapa y sale al exterior. La luz del sol lo ciega al principio, pero luego se acostumbra y descubre el engaño en el que ha vivido, conque vuelve y se lo intenta contar a sus compañeros. ¿Se lo aceptan? Ni por asomo: se oponen a salir del encierro e incluso podrían llegar a matarlo si se empeñara demasiado en demostrarles la falsedad de sus vidas.

Hemos pasado demasiado tiempo amarrados a la banqueta de una falsa realidad (y no hablo sólo de los meses de reclusión forzada) desde la que sólo podíamos ver en soledad, en aislamiento, un juego de sombras chinescas y de sonidos de los que era imposible huir porque, entre otras cosas, hemos llegado a pensar que son lo único que existe. Las fantasías de las redes sociales, los mensajes, la falsa telerrealidad y la manipulación informativa de todo tipo y color se ha convertido, para demasiadas personas, en el mundo real. No son los mismos, pero sí iguales que quienes afirmaban que algo era verdad porque había salido en la televisión o porque lo habían dicho en la radio. Pienso en estas cosas y recuerdo cómo, hace unos años, un desconocido me pidió por correo electrónico que le tradujera un texto latino, lo hice y me lo agradeció diciéndome que había comprobado mi traducción en Internet y era correcta. Cuando el criterio para saber si algo es o no verdad depende de cuánto confiemos en la popularidad de una información, algo está fallando.

En la nueva (a)normalidad que ya tenemos encima, las redes y los mensajes van a seguir haciendo pasar por real lo que unos cuantos decidan que debemos tragar: seguirán obligándonos a discutir de asuntos ajenos, seguirán ofreciéndonos emociones que no son las nuestras y temo que seguiremos sin querer salir a darnos cuenta de la realidad. Sin embargo, no estamos vendidos ni vencidos: para huir de la caverna y buscar la luz, hablemos unos con otros, abramos los ojos y recordemos que Whatsapp, Twitter y demás son empresas que viven de nuestros sentimientos. Subamos al mundo real, vivamos y, sólo de vez en cuando, demos una vuelta por la irrealidad virtual, a ver si alguien se viene con nosotros a disfrutar del sol.

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