Ibn Alarif, el místico

Desconocido para la gran mayoría, este almeriense y su obra resultan un enigma difícil de desentrañar

Aún estaba acomodándose la "jirqa" cuando escuchó el tumulto que tronaba al otro lado de la puerta. Con mayestática determinación Ibn Alarif terminó de componerse la túnica que vestía desde que había sido iniciado en los misterios del sufismo. Escuchó cómo gritaban su nombre de forma poco respetuosa. Aún se permitió unos instantes, con los ojos cerrados, antes de atender el requerimiento. Recordó su infancia pobre en una Almería que se erigía solemne sobre el Mediterráneo, centro cultural y económico de toda Al-Andalus. Esa misma prosperidad le permitió salir adelante armonizando su trabajo en un telar con el estudio riguroso del Corán. Su alma evocó los paseos con su maestro, Abú Bakr, quien le mostró un camino más esotérico y menos rígido del Islam y de la propia existencia. Recordó, asimismo, sus años como almotacén, jefe del zoco, de Valencia y almocrí, lector del Corán, en Zaragoza. En esas ciudades completó su formación.

Hoy se ganaba la vida como maestro pero si su fama había trascendido fronteras era por la mística que inspiraba su discurso. Almería se había convertido en el centro espiritual del sufismo andalusí e Ibn Alarif había contribuido notablemente a este esplendor filosófico. En ese momento tenía compuesta la obra teológica más extensa jamás escrita por una sola persona. Tal vez pronto muriera de éxito, se vaticinó a sí mismo.

Sin más dilación dirigió sus pasos hacia la puerta. Afuera unos soldados abanicaron un documento que apenas le permitieron leer. Contenía, al parecer, una orden de puesta a disposición del místico firmada por el mismísimo emir almorávide. Detrás de aquella maniobra podía ver el sabio las oscuras intenciones de Ibn Aswad. Este cadí sentía gran envidia hacia su persona y era fácil que hubiese utilizado su influencia para alertar al emir del supuesto riesgo de rebelión que constituían el enorme número de fieles que tenía el sufí.

Ibn Alarif llegó a Ceuta cargado de cadenas. Cuentan que allí sus condiciones mejoraron un poco y que el viaje hasta Marrakech resultó más amable. Incluso llegó a ser recibido con honores. Aquí las crónicas se contradicen. Unas afirman que el sabio murió de enfermedad natural, otras que acabó envenenado, víctima de las artimañas del malvado Ibn Aswad. De cualquier modo los restos de nuestro enigmático vecino reposan en la ciudad que le vio morir y aún hoy resultan un lugar de culto y veneración.

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