Identidad y estereotipo

En esta última encrucijada todos hemos confundido el concepto de identidad con el de estereotipo

Existe una gran confusión entre identidad y estereotipo en la ultima encrucijada política. Los gritos y vítores en lucha por la defensa de la identidad, que tanta movilización social han tenido en ambos sentidos, se han movido solo en el terreno político dejando al lado los intereses culturales. El debate previo sobre el concepto de identidad no se ha proyectado en el contexto de las reivindicaciones públicas, legales o ilegales, y en su lugar han brotado las banderas. En ese sentido se puede decir que ningún discurso político ha manifestado argumento alguno sobre los valores propios del hecho diferencial, ni sobre las creencias particulares; tampoco se han mencionado mucho los rasgos comunes de pertenencia a una sociedad propia o como estos suponen una diferenciación de la otredad social; y tal que así no se ha dicho ningún argumento sobre esencialidades culturales ni sobre costumbres exclusivas. De lo único que se ha manifestado opinión ha sido de la urgencia del derecho a decidir y de la independencia. Eso no significa que no exista una identidad cultural; existe, solo que en esta diatriba política no se le ha hecho mención alguna ni por parte de los partidos independentistas ni por parte de los nacionalistas. En cambio, si se han vertido multitud de estereotipos en los discursos hacia las muchedumbres. Sin duda, ambas hornadas, han ofrecido visiones exageradas y simplificadas de un pueblo. Siguiendo esta idea se han divulgado visiones o percepciones válidas desde el punto de vista lógico pero en absoluto concordantes con la realidad. Cuando digo estereotipo bien podría utilizarse el término prejuicio, para explicar lo sucedido estos días. Ambos bandos se han dejado llevar por lo preconcebido, ideas antiguas, con la finalidad de enarbolar un relato creíble para divulgarlo por los medios de comunicación estableciendo estrategias de control social. Una vez dicho esto viene mi reflexión: como muchos soy de los que creen en el diálogo antes que en la confrontación y de los que culpan a todos y no a unos pocos de lo sucedido. No obstante ningún dialogo político sobre una identidad debe establecerse careciendo de argumentos sobre dicha identidad. Antes de decir la primera palabra los intelectuales deben emergen de su silencio y llevar al discurso político sus argumentos (que existen desde hace tiempo), sino lo sucedido no servirá para nada.

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