Mataderos pornográficos

Escocia impone instalar circuitos cerrados en los mataderos para garantizar que los animales aún vivos, gocen de cierto bienestar

Veo publicado que Escocia impone, por ley, instalar circuitos cerrados en los mataderos del país, para garantizar que los animales aún vivos, gocen de cierto bienestar. Se suma así a una línea fiscalizadora que ya existe en Israel e Inglaterra, o está en vía de imponerse en otros, como Francia, proceso que algunos valoran como una gran victoria para el bienestar de los animales, a sacrificar luego. En España son incipientes estas iniciativas, pero barrunto que pronto serán imparables. Que no se trata de una moda, sino de una corriente bioética sobre la que acaso aún no hemos reflexionado bastante, lo que favorece incertidumbres y dilemas morales. La noticia, primero, me recordó uno de los "Siete cuentos morales" de Coetzee, 'El matadero de cristal', en el que su personaje fantasea, (justo para eso sirven los cuentos), sobre si los urbanitas de hoy tolerarían ver, oler la sangre de la matanza de animales, oírlos a través de cristal, antes de que su carne llegue a sus mesas, sin saber si solo tienen dolor o además sufren. Sin saber, porque nadie lo sabe, si además de soma, algún animal, también, tiene psique. Por si acaso, vigilemos. Vale. Aunque enseguida me asaltaron los presagios de Byung-Chul Han, en su "Sociedad de la transparencia", sobre la deriva de un mundo tecnologizado, que no es que posibilite, sino que impele a «la vigilancia de todos por todos, o sea, a una democratización de la vigilancia», porque introduce una visibilidad perenne, que acabará imponiendo, a modo de imperativo social, una convivencia pornográfica en la que todos, privados de intimidad, formamos parte del espectáculo. Un mundo de carnes desnudas, de exhibicionismo y del rendimiento sin cuartel, en el que la intimidad queda al albur de lo que exijan los focos mercantiles. O compartiendo lo que al vecino le guste. Y los hay con gustos muy raros. Uno, artista él, D. Hirst exponía el otro día en público, una urna con unos restos orgánicos en descomposición, colonizados por el mosquerío. Pura pornografía, entendida como una representación o descripción explícita de lo obsceno, en cualquier formato, como precisa el M. Moliner. Obsceno era para los griegos lo que quedaba fuera de escena, lo que no debía distraer al público, para que se centrara, solo, en la escena, en lo bello, en el arte, en lo que le hiciera pensar. En lo que nos hizo humanos: el erotismo de la sugerencia, la seducción y la fantasía.

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