La matrescencia es un término científico, acuñado la antropóloga D. Raphael para aludir al revolutum hormonal que altera algún área cerebral de la mujer a partir de su embarazo, y la prepara psicosomáticamente para los agobios que afrontará por su maternidad. Porque al margen de que tan pesada carga se agrave por cuitas más históricas que biológicas, como quizá ocurra, lo cierto es que una milenaria evolución somática ha ligado la gestación con una sucesión de cambios neuronales y chutes de oxitocina que ayudan a la madre a priorizar la atención que requiere la crianza del bebé, durante su tierna infancia. Se trata de otra alteración fisiológica, una más, entre las muchas que sufrimos todos desde la adolescencia a la senescencia, entre menopausias, andropausias y transgéneros opcionales. En caso de la matrescencia con mayor motivo, dado su alcance para la especie. Pero, aunque el neologismo le pone nombre al fenómeno, éste ya lo había advertido, entre otros, un fino analista de lo humano, como fue Maquiavelo que, hace cinco siglos, sin saber de neuronas pero a golpe de observación, ponderó esa misma metamorfosis como colofón del arte femíneo ante el maridaje, que él describía como ese talento natural que le permite con su gracia seductora cautivar al varón elegido (decía el perspicaz florentino en tiempos en que solo existía, claro, sexo binario), aunque luego, consumado el apareamiento y al quedar encinta algo cambiaba en su cabeza, advertía el sabio Nicolás, y ya sólo tenían ojos para el hijo: el padre quedaba relegado y pasaba de amante a portador de recursos para atender al niño, cuyo apego resultaba insobornable.

Y no andaba errado el filósofo: era y es, esa misma matrescencia neuronal que hoy se etiqueta como un hallazgo de la neurociencia, a la que tampoco acaso le quede mucho futuro, si es que llega, y no anda lejos, ese nuevo embrioide sintético, que no precisa fertilización de óvulo mi esperma, para reconstruir, a partir de un proceso de organogénesis artificial con células troncales in vitro, o sea sin necesidad de útero materno, celulitas con cerebro neural, tracto digestivo y corazón latiente, o sea: un protofito que augura la crianza de pimpollos de homúnculos, sin genética ovular ni espermática: huérfanos de aquel rito de amor romántico que, para deleite de algunes, quedará desterrado de los usos y costumbres humanas, para mayor gloria del hedonismo sintético. Amén.

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