Memoria y mentiras

La mentira no resulta de la desmemoria, sino de decir lo contrario de lo que se piensa con la intención de engañar

Las hemerotecas no aportan solo evidencias de la desmemoria, sino del engaño. Puede parecer contundente así dicho y será cuestión de precisarlo. Aunque no es la cuestión principal, hay que advertir que, con hemeroteca, se está refiriendo cualquier soporte o registro -cada vez más de carácter audiovisual- en que, además de negro sobre blanco, se hacen explícitas las declaraciones. El engaño, por otra parte, acaso sea el efecto resultante de la mentira, acertadamente definida, en las enseñanzas tomistas, como decir lo contrario de lo que se piensa con la intención de engañar. Sabido es que la mentira puede servir a distintos propósitos y derivar de los apremios de las coyunturas, cuando prevalecen determinados, y particulares, intereses. Asimismo, resulta favo-recida con la cooperación necesaria del dejarse engañar. Sin que esta pérdida del valor de las certezas -que debería conllevar su reivindicación y la reprobación de los mentirosos- deba con-fundirse con el autoengaño: esa especie de perverso acomodo con que se tragan mejor los indi-gestos sapos de la contradicción, prima hermana de la mentira. Muestras de lo antedicho son conocidas y no faltan recopilaciones temáticas que las presentan con meridiana, flagrante y hasta repudiable evidencia.

La ficción literaria, que no se asemeja a la mentira, sino a la creación, viene ahora a propósito, ya que Borges, en un breve relato, empleó como argumento le memoria, pues Funes, el memo-rioso, decía: «Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo». La ficción, por ello, puede recrear la realidad o transformarla a fin de que lo extraordinario resulte atractivo, aunque no sea factible. Por eso, si la memoria fidedigna atrapara a cuantos la tuercen con la mentira, quedarían incapacitados para desdecirse de lo que manifestaron, y el engaño acaso fuese reservado para las mentiras piadosas. Pero, cuidado, que hasta estas se aprovechan para buscar justificaciones disculpables o con apariencia de pertinentes u oportunas, a sabiendas del autoengaño o del dejarse engañar ajeno. Borges concluye su relato con una línea suelta, en la que sucintamente cuenta que Funes murió de una congestión pulmonar.

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