1212: Las Navas de Paco Rivas

Se lee como una epopeya sinfónica interpretada al unísono por los contendientes de ambos bandos

La victoria cristiana en la batalla de Las Navas de Tolosa, en 1212, (una fecha aprendida a golpe de regleta en las escuelas del siglo pasado como blasón de la Reconquista) marcó un hito en la historia de España, no tanto porque fuera de las más tumultuosas y sangrientas del medievo, (con más de 200.000 criaturas en liza) sino porque dejó paso franco a la expansión cristiana hacia Andalucía propiciando el repliegue y declive de la cultura islámica en la península. Pero además aquel evento supo concitar, a rebufo de la bendición papal que lo signó de cruzada, cierto aliento identitario de hispanidad, al cristalizar el envite en insólita alianza de unos reinos cristianos que, de suyo, solían guerrear más entre ellos que contra el moro. Toda una lección histórica, también, sobre el gran potencial de la solidaridad. Una historia insigne, pues, que estructurada en clave polifónica ha novelado de forma amena e imaginativa en «1212: Las Navas», un joven Paco Rivas, muy vinculado a Almería (alumno fue, creo, en Jesutinas y Saladares) que se lee como una epopeya sinfónica interpretada al unísono por un reparto de contendientes de ambos bandos, incluidos reyes, califas, monjes, poetas y cruzados, (fieros todos ellos y creados, mal que les pese, de la misma materia) enfrentados más por el credo fanático que por razones de la razón. Un puzle argumental que entrevera durante la narrativa unos hechos y personajes reales, de una y otra tropa, con otras vivencias y sensibilidades ficticias, pero verosímiles, a través de personajes de ocasión, tonificando leyendas o aventurado entre esos laberintos emocionales que inspiran la vena poética y la energía que usamos, indistintamente, para hacer la guerra o el amor. El resultado es una singular eufonía bélica, con altibajos rítmicos, pero que se acaba escuchando como todo un homenaje a la locura, personal y colectiva, que subyace en la genética de nuestra cultura. Y por muchas razones que aquí no vienen al caso, no seré yo quien critique que la historia se novele, entre otras cosas porque toda la vida no es sino un puro relato de la memoria. Y porque, además de resultar divertido y pedagógico (como saben desde Galdós a Posteguillo) crea adicción. Acaso porque, ya lo decía Vargas Llosa, entre la ficción e imaginación más libérrima siempre es posible rastrear una semilla íntima que liga la historia desde la que se fraguó, a la de quien la cuenta.

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